Pbro. Rubén Darío García

Jesús es la Palabra de Dios. El profeta Isaías anuncia que La Palabra descenderá a la tierra y no volverá al cielo vacía; hará la voluntad del Padre y cumplirá su encargo: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad”.
El “Libro de las Parábolas”, del Evangelio de Mateo, revela los llamados “Secretos del Reino de los cielos” referidos a los diferentes grados de aceptación que tiene la Palabra de Dios según la disposición personal de cada oyente: “El Sembrador, la Cizaña, el tesoro escondido, la perla y la red”. Son protagonistas el Sembrador (DIOS), la Semilla (la Palabra de Dios) y el Terreno en que se siembra (nuestra mente y nuestro corazón).
El Anuncio de la Salvación puede caer en uno de estos 4 terrenos:
1. Al borde del Camino: Ahí se escucha la Palabra del Reino sin entenderla y el maligno roba lo sembrado en el corazón.
2. En terreno pedregoso: Terreno sin raíces en el que se escucha y acepta el anuncio pero se es inconstante; se sucumbe a la primera dificultad.
3. Entre zarzas: Se escucha el anuncio pero se deja ahogar entre los afanes de la vida y la seducción de las riquezas.
4. En tierra buena: El que escucha la Palabra y la entiende dará fruto y producirá “ciento, o setenta, o treinta por uno”.
¿Qué pasa con nosotros, qué terreno somos para la semilla destinada a nuestro corazón? “Al que tiene se le dará y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene”. Al que tiene la disposición para escuchar con corazón sensato, dócil, contrito y humillado, se le dará. A quien soberbio, con el corazón endurecido, no quiere escuchar, se le quitará hasta lo que tiene. No podrá ser feliz.
Dice San Pablo en su carta a los Romanos: “Porque Sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto”. Todos necesitamos escuchar la buena noticia del Evangelio. Plantado como semilla en tierra buena, en nuestros corazones, producirá aunque sea el treinta POR UNO. Este UNO es Jesucristo quien, sembrado en nuestro ser por la escucha de su Palabra, nos convierte en hijos de Dios para que seamos en el mundo como el alma en el cuerpo, testigos de la resurrección de Cristo, capaces de amar hasta que duela; amar donde el mundo no ama.
Los padres de familia son los sembradores encargados de dar la buena noticia de Jesús a sus hijos desde el primer momento. No podemos esperar a la “la primera comunión”, o más tarde, para compartir el encuentro personal con Jesús porque se arriesga a que la Palabra no caiga en tierra buena: “siembra viento y cosecha tempestad”.
La misión es construir sobre la roca y esta roca es Cristo. Es urgente convertirnos y arrepentirnos… Para la salvación de nuestras almas necesitamos a DIOS.
Is 55,10-11; Sal 65; Rom 8,18-23; Mt 13,1-23
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