Pbro. Rubén Darío García


¿Eres feliz? Una pregunta clave para nuestros días difíciles… Es posible que nos hayamos alejado de la casa del Padre como el hijo pródigo de la parábola; que hayamos perdido todos nuestros bienes; que hayamos terminado cuidando cerdos y deseando alimentarnos con lo que a ellos se les da de comer.
Si miramos de cerca nuestra vida, podremos tomar consciencia de nuestra lejanía, porque hemos perdido el sentido de vivir; los problemas nos roban la alegría; la vida se llena de dificultades y vamos perdiendo la esperanza. Caemos en vicios; dependemos ahora de afectos, compañías, dinero... Hace un tiempo vivíamos tan tranquilos y ahora el malestar es pan de cada día. Nuestro trabajo se ha vuelto pesado y ya no queremos desilusionar a quienes están a nuestro lado... hasta hemos pensado en el suicidio.
¿Somos como el hijo pródigo o como el hermano mayor de la parábola? Si como el primero, entonces estamos sintiendo la llamada a regresar. Nuestro Padre nos espera, nos ama y desea nuestro pronto retorno. ¿Qué nos impide hacerlo? La soberbia: tememos perder la imagen; que nos señalen y juzguen; no seríamos capaces de ser el hazmerreír de tantos que no entienden nuestra conducta y mucho menos que vayamos a la Iglesia. Pero en nuestro corazón palpita algo incomprensible, un deseo triste, no queremos más esta vida.
Es hora de emprender el camino que nos conduce de nuevo a casa del Padre. Él vendrá a nuestro encuentro y experimentaremos las maravillas del Perdón. No nos juzguemos ni nos condenemos; reconozcamos nuestra fragilidad ante el engaño del enemigo de Dios que no quiere la vida del hombre sino su muerte. Levantemos la cabeza, se acerca nuestra liberación.
La libertad llegará con la Pascua. En la noche de la Vigilia, el Sábado Santo, adultos, jóvenes y niños encenderán velas y la luz será tomada del cirio pascual. Esta luz significa la fe que recibimos en el bautismo. Y se bendecirá el agua, la verdadera vida de Dios que nos ama, y recibiremos la reconciliación.
Cuando el pueblo de Israel fue liberado por Dios de la esclavitud de Egipto, los miembros se comenzaron a reunir anualmente para comer juntos la pascua, o sea para festejar la liberación y actualizarla en el presente de la historia de cada ser humano. Esto significa que Dios mismo en esta Pascua, pasará por nuestra vida y la transformará. Independientemente de la gravedad del pecado, Dios nos ama y quiere perdonarnos y dejarnos libres de toda deuda. Basta que tomemos la decisión de regresar, ponernos en camino hasta encontrarnos con el rostro maravilloso del Padre Dios que nos espera con brazos abiertos para reestablecer nuestra alianza y retornarnos la herencia que habíamos perdido.
No seamos como el hijo mayor: celoso por el regreso del hijo pródigo, no lo reconoce como su hermano y envidia la celebración de la fiesta porque no hace consciencia de que siempre ha estado en casa y que todo lo que es del Padre también suyo; la soberbia no le deja experimentar la alegría de que su hermano regresó a casa, no se da cuenta de que el Padre le ama y ha murmurado mucho contra Él aunque es Él quien le da vida, alimento y sabiduría.
Talvez rezamos y vamos a misa, pero guardamos resentimiento con alguien que nos hizo daño. La Eucaristía nos da la fuerza para ofrecer el perdón y el coraje para arriesgarnos a pedir perdón. Entonces descubriremos la alegría de sentirnos amados y perdonados. En ese momento seremos capaces de decir a quien nos ofendió: “Yo te perdono y Dios te bendiga”.
Josué 5,9.10-12; Salmo 33; 2 Corintios 5,17-21; Lucas 15,1-3.11-32
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