Pbro. Rubén Darío García


Hoy, primer domingo de Cuaresma, seguimos recibiendo el mandato potente del Miércoles de Ceniza: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1, 15). En griego, Evangelio significa “buena nueva” o “buena noticia”, particularmente anuncio de “victoria”.
Entre los romanos la “buena noticia” se refería a las victorias militares de la milicia, a los principales acontecimientos de la vida del emperador... Ellos asumían un evangelio de corto vuelo que resumía los relatos alegres de la existencia cotidiana.
Por su parte, el lenguaje cristiano tomó la palabra “evangelizar” del Antiguo Testamento (AT), con el sentido preciso y urgente de anunciar la salvación. Un evangelio liberador que revela la promesa de la salvación, trascendente porque proclama el reino de Dios y la vida eterna, y perfecto porque es obra de Dios hecha hombre en Jesús: nuestro evangelio es Jesús Dios y hombre verdadero.
¡Cuántas veces imploramos una buena noticia! En el Antiguo Testamento, cuando el pueblo de Israel estaba en el exilio, sometido y esclavizado, esperaba ansioso la buena noticia de la victoria para convertirse en un pueblo libre. Un joven trajo el mensaje, se le llamó el “mensajero de buena nueva” (Is 52,7). Su mensaje fue de consolación, perdón del pecado, vuelta de Dios a Sión.
Luego, en el Nuevo Testamento, la persona de Jesús encarna la realidad del mensaje: el Evangelio es Jesús (cfr. Mc 1,1); los ángeles anunciaron su nacimiento como una “buena noticia” (Lc 2,10); con Él está presente el reino de Dios (Mt 12,28); y para mayor alegría, también se anuncia una gran recompensa: “Quien abandona todo a causa de Jesús, del Evangelio, recibirá el céntuplo…” (Mc 10,30). Y el Evangelio trajo una tarea, debe propagarse: “También a las otras ciudades debo anunciar la buena nueva del reino de Dios, pues para eso he sido enviado” (Lc 4,43). Convertirme y creer en Jesús me impone dar fe, difundir la noticia atestiguando con mi vida renovada.
La respuesta al Evangelio será penitencia y fe (Mc 1,15). Dios ofrece en este tiempo de Cuaresma una gracia de perdón, de renovación. Espera de cada cristiano que reconozca sus faltas y confiese y reniegue de su pecado para que se libere de la esclavitud de vicios, ataduras, heridas del pasado, malos pensamientos, fraudes y mentiras, abominaciones, malas palabras, fornicación, desavenencias… y que ponga su vida en función del Evangelio: “El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por causa mía y del Evangelio la salvará” (Mc 8,35).
El único que puede hacernos salir de estas realidades de muerte es Jesucristo. Él dio la vida en la Cruz por nosotros y, despojándose de sí mismo, venció a la muerte, proclamó la victoria sobre el poder del pecado y nos liberó. Él es la buena noticia que el mundo esperaba y es por esto por lo que, al convertirnos (cambiar nuestra vida, ofrecer buenas obras) y creer en Él, que es el mismo Evangelio, seremos salvos, libres, capaces de amar y ser felices.
Vivamos a consciencia este tiempo de gracia, estos cuarenta días de bendición. Esperemos con gozo el Sábado Santo, la solemne Vigilia Pascual y al amanecer el Domingo de Resurrección cantaremos aleluya: ha llegado la victoria, en Él, en Jesús, hemos vencido. No pongamos obstáculos: “Dejémonos reconciliar con Dios”.
Director del Departamento de estado laical de la Conferencia Episcopal de Colombia
Génesis 9,8-15; Salmo 24; 1 Pedro 3,18-22; Marcos 1,12-15
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