Pbro. Rubén Darío García Ramírez

Comenzamos un nuevo año litúrgico con una Palabra de esperanza: “El mismo Señor nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; de las espadas se forjarán arados y de las lanzas podaderas”. Qué bueno sería que de las armas empuñadas por adultos, jóvenes y niños en nuestro país, se forjaran instrumentos para el bien y para obtener la paz, porque: “No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra”.

Los católicos nos preparamos, durante 40 días, para la venida del Señor Redentor nuestro: (1) por Su encarnación y nacimiento en humildad, para hacerse hombre y dar su vida por nosotros; y (2) por la Parusía, como juez, en poder y gloria: se avecina nuestra liberación. Este tiempo de Adviento es tiempo de preparación que impone austeridad, recogimiento, meditación profunda en medio de un mundo que se aleja de Dios y se rebela contra Su palabra y todo lo que represente.

En la celebración navideña preparamos el nacimiento divino en nuestros corazones y en medio de nuestro pueblo: El pesebre será el centro de nuestra oración pues es el signo de la encarnación, de que Dios está compartiendo nuestra misma historia santificándola y llevándola al conocimiento pleno de la verdad manifestado en Cristo Jesús. Y, en oración y meditación, tendremos que cambiar nuestra vida esperando con ansia Su segunda venida; el tiempo se acaba. El verbo encarnado, Jesús, es el único que revela al hombre quién es él (GS 22), y es por Él que podemos dar sentido a nuestra historia.

En un contexto de oscuridad, el mundo se entrega a apostasías e idolatrías, pisotea la vida y hace ruido… Pero una gran Luz, Cristo, nos amonesta con Su Palabra : “ya es hora de que despierten del sueño, porque la Salvación está más cerca de nosotros; dejemos las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz..”. SÍ, no más desenfrenos y destrucción. Mientras la maldad nos agita desde lo oscuro, los católicos debemos actuar desde la Luz, para construir en el amor, revestidos de Nuestro Señor Jesucristo.

Cristo es la Luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Quien cree en Él, se opone a la mentalidad de muerte; el juego religioso de aparentar ser buenos, nos hace inoperantes: Parecemos inertes espectadores viendo pasar la historia, nos falta parresía, fuerza, valentía para dar razón de nuestra fe, seguros y vigilantes.

En este tiempo de adviento esperemos con gozo el nacimiento, en familia, reafirmando nuestros valores de Fe; y esperemos también la venida del Reino de Dios, el final del tiempo. Es una oportunidad para orar juntos en el círculo del hogar, encender las velas, entonar villancicos y rezar el rosario acogidos al llamado: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado; perdónense las ofensas y busquen la verdad”. Preparémonos porque no sabemos el día ni la hora. Si lo supiéramos, nos prepararíamos con mayor seriedad a estas fiestas. Velemos y vigilemos, porque el único día que se nos da para ser felices es hoy.

La Virgen María, Madre Nuestra, protagonista de este tiempo, nos ama y nos escucha: pidámosle su intercesión para que nuestra nación entre en razón de paz; para que el perdón venza al odio y la indulgencia a la venganza. El bautizado católico vive con criterios nuevos, aquellos que sigue entregándonos el Evangelio: Amen a sus enemigos, hagan al bien a quien les hace el mal: no juzguen y no serán juzgados; si alguno te pega en la mejilla derecha ponle también la otra; al que te pida dale y dichosos si son perseguidos por mi causa- dice el Señor. Revisemos ya nuestra actitud cristiana frente a la venida del Señor y en nuestra oración cotidiana digamos: “Ven Señor Jesús”.

Isaías 2,1-5; Salmo 121; Romanos 13,11-14; Mateo 24,37-44