Pbro. Rubén Darío García


¡Cuántos vicios y esclavitudes tenemos! Basta que miremos en torno y nos descubrimos como metidos en unas tumbas. Las relaciones cotidianas pueden estar “muertas”: soberbia manifestada en resentimientos, odios, desavenencias, envidias, celos, ambiciones, lujuria, desórdenes con el dinero, corrupción, dependencia del celular, afectos desordenados con las cosas, apegos enfermizos, codicia. Todas estas realidades en nuestra vida no permiten que lleguemos a experimentar el gozo de vivir: la felicidad.
Estos días son una verdadera gracia, porque la Iglesia nos mueve a la conversión, para que salgamos de esta “muerte”; por nuestras propias fuerzas es imposible, necesitamos la mano del Señor. Es por esto por lo que Él mismo en su Palabra nos llena de consuelo: “”Voy a abrir sus tumbas y a sacarlos de ellas y los voy a llevar otra vez a la tierra de Israel”. Este pueblo estaba en angustia y en sufrimiento por haber abandonado al Señor y haberlo cambiado por otros dioses; fuera de su tierra, como extranjeros, los miembros del pueblo elegido eran humillados, obligados a obedecer reglas contrarias a la indicación que Dios mismo les había dado para que vivieran gozosos; les tocaba, bajo amenaza de muerte, cambiar los principios y criterios en los que habían sido formados.
Reconocer al Señor significa recuperar la libertad y la paz y lograr que nuestros actos sean cada vez más honestos, puros y amorosos. El Señor, por consiguiente, quiere colocar otra vez “su misma vida” en el corazón de sus hijos para que no se vuelvan a morir y puedan llegar a tener la felicidad permanente.
Para que esta liberación se pueda dar en nuestra existencia, debemos clamar, orar gritando al Señor: “Desde lo hondo a ti grito Señor, escucha mi voz, que tus oídos estén atentos a la voz de mi súplica”. Es necesario orar y actuar sin desfallecer, en todo momento confiadamente, como el alma que espera en el Señor, que espera en su Palabra porque Él la cumple; y muriendo por el otro.
Por el Bautismo nosotros hemos sido sacados de nuestras tumbas. Todas las pasiones desordenadas quedaron sumergidas en el agua que significa la vida de Dios. “Aquel día”, el día de nuestro segundo nacimiento, Dios mismo colocó en nosotros la fe: “El Amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu que se nos ha dado” (Rom 5,5). Nos ha abierto los sepulcros y nos ha dado la vida eterna. Así comprendemos en el Evangelio la persona de Lázaro, es decir tú y yo. Él, Lázaro, “Escuchó la voz del Señor que ¡gritó con voz fuerte: Lázaro, ven fuera”.
En la próxima Vigilia Pascual, el Sábado Santo en la noche, cuando en la oscuridad entre el Cirio Pascual, nos llenaremos de inmenso gozo porque renovaremos nuestras promesas bautismales hechas desde pequeños. Entraremos en esta Semana Santa “muertos”, cansados de la dominación ejercida por nuestros bajos instintos que no agradan al Señor y saldremos resucitados, hechos capaces de recomenzar nuestro camino, con la frescura del amor y felices. Las vendas que nos han oprimido en la tumba serán desatadas y podremos caminar hacia la “Luz”. ¡Si Hoy escuchas esta voz potente del Señor, no endurezcas tu corazón: “ven fuera”.
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Todas las pasiones desordenadas quedaron sumergidas en el agua que significa la vida de Dios.
Ezequiel 37,12-14; Salmo 130; Romanos 8,8-11; San Juan 11, 1-45
Delegado Arquidiocesano para la Pastoral
Vocacional y Movimientos Apostólicos
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