Pbro. Rubén Darío García


Nos preparamos para el acontecimiento de la Pascua, el “paso” de la muerte a la vida o de la Oscuridad a la Luz. Tú y yo nos encontramos en la oscuridad cuando no sabemos discernir dónde está el bien y dónde está el mal. La confusión de nuestro espíritu nos hace ver el bien donde está el mal y el mal donde se encuentra realmente el bien. Aquí, el Bien, más que a bienestar, se refiere a la plena realización de la felicidad.
Cuando el pueblo de Israel es liberado de Egipto, debe enfrentar el tiempo del desierto, un lapso de purificación y crecimiento, pero algunos no han logrado asumir su liberación y permanecen anclados en su pasado: “¿Por qué nos has sacado de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?”; siguen aferrados a sus seguridades anteriores, que a ciencia cierta eran esclavitud; están ciegos y de ahí su rebeldía contra Dios y su enviado. No obstante, Dios mismo, responde haciendo que Moisés toque la roca y de ella brote el agua que les calma la sed. La respuesta de Dios nos revela su misericordia con los rebeldes, quienes son como ciegos y no conocen el verdadero prodigio liberador que se ha realizado con ellos. Dios los ama y les da el agua para que se les abran los ojos.
También aparece en el Evangelio una samaritana, anclada a su pasado, sufriendo porque se siente rechazada: sale a buscar agua al medio día cuando nadie la pueda ver. Jesús le pide agua para saciar la sed del cuerpo y le ofrece a ella el Agua Viva suscitándole el deseo de beberla: “Si conocieras el Don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú a Él y Él te daría el agua viva”.
Jesús es el rostro de la misericordia del Padre; tanto al pueblo judío en el desierto como a la samaritana (en quienes nos reflejamos todos nosotros) les ofrece la posibilidad de ser liberados de todas sus esclavitudes, por la fe en Él.
La Semana Santa es la manifestación de la misericordia de Dios. En toda ella se te anunciará el don de Dios y en la Vigilia Pascual, el Sábado Santo en la noche, renovaremos nuestras promesas bautismales. El cirio pascual, el mismo Cristo Jesús, entrará venciendo la oscuridad del pecado con la luz que no tiene ocaso. Es lo que sucederá con nuestra historia personal: si llego a conocer el Don de Dios entregado en Jesús, tendré la verdadera vida: mis heridas sanarán; seré capaz de perdonar y de perdonarme y de este modo “pasaré” de la muerte a la vida permitiendo que el Señor haga pascua en mi existencia sacándome de mi Egipto.
Éxodo 17,3-7; Salmo 94; Romanos 5,1-2.5-8; Juan 4,5-42
*Delegado Arquidiocesano para la Pastoral
Vocacional y Movimientos Apostólicos
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