Pbro. Rubén Darío García


En esta oportunidad encontramos en la Palabra un relato del libro del Levítico, el cual, para entenderlo, debemos contextualizarlo en su momento histórico. El tema de las enfermedades de la piel, no entra en la ley sacerdotal por su aspecto médico, sino por el religioso-cultual y figura entre las causas por las que una persona debe ser considerada impura e indigna de participar en el culto comunitario.
Las rigurosas prescripciones sobre una persona que padece la lepra, buscan defender el contagio de la comunidad y es por esto por lo que el enfermo es alejado de ella y debe gritar ¡impuro! ¡impuro!, con el fin de que los demás se dieran cuenta y no se acercaran. La comunidad para poder celebrar el culto debe ser pura, estas enfermedades de la piel hacen a la persona impura, luego ninguno que quisiera participar en el culto podía acercarse al leproso y mucho menos tocarlo.
En el Evangelio se nos narra que un leproso se acercó a Jesús. Aquí ya va contra la ley existente. Admirablemente el leproso comenzó a suplicar de rodillas: “Si quieres puedes limpiarme”. Si el enfermo quedase limpio, podría volver a ser admitido en la comunidad. Jesús quiere que este hombre sea reintegrado en la comunidad; por tanto, “compadecido” extendió la mano y lo tocó diciendo: “Quiero: ¡queda limpio!
Conviene resaltar aquí el hecho que el leproso “se acerca” a Jesús. Un antiguo documento cristiano, el papiro de Egerton, introduce una insistente oración del leproso que ha descubierto a Jesús: “Maestro Jesús, tú que caminas con los leprosos y comes con ellos en su propia casa, yo también he llegado a ser leproso, si tú quieres, volveré a estar limpio”. Igualmente llama la atención el gesto de Jesús: “lo tocó”. El Maestro redimensiona la ley y reprocha aquella segregación de la cual eran objeto los pobres leprosos; en realidad se cumple en Jesús su enseñanza: “No es el hombre al servicio de la ley, sino la ley al servicio del hombre; así como “no es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre”.
El hombre leproso del Evangelio podemos ser nosotros mismos, cargados de impurezas y pecados. Si gritamos a Jesús con la potencia de nuestro corazón: “Señor, he llegado a ser yo también leproso, si tú quieres, puedes limpiarme”, entonces, por la potencia de su Palabra, y dejándonos tocar por Él, sin ninguna duda quedaremos limpios. La lepra es la soberbia que nos domina cada día, la avaricia que nos esclaviza frente al dinero, aquella codicia que es la raíz de todos los males. Es la lujuria que mata nuestra capacidad de amar y la ira que no nos permite pasar un día con la calma del que vive confiado en Dios.
La lepra también puede ser la gula, aquella avidez de acumular sin saber para qué, la envidia que destruye el ser y no deja valorar lo que tenemos y la pereza que no permite gozar la existencia en el tiempo presente. La lepra podría ser también los resentimientos acumulados, odios y rencores; un vicio o una determinada esclavitud que permanece en el tiempo. Nuestro País está enfermo moralmente, la corrupción generalizada lo tiene en cuidados intensivos; la crisis política manifestada en una desconfianza del pueblo y la incertidumbre frente al futuro que genera angustia en todos los habitantes; igualmente, robos, infidelidad, superstición, desorientación en la educación, desintegración familiar, desigualdad e injusticia: una lepra que sólo puede ser sanada si Jesús nos “toca” porque Él quiere que quedemos limpios de toda impureza.
Esta “limpieza” de nuestra enfermedad permite que seamos reconocidos en nuestra comunidad. La Iglesia es la madre que nos acoge para sanar nuestros corazones desgarrados, para curar nuestras heridas, para darnos consolación y llenarnos de esperanza. Por el Bautismo somos partícipes en la muerte y la resurrección de Cristo y por lo mismo, hemos sido hechos capaces de ser sal, luz y fermento en nuestra sociedad. ¿Queremos gritarle a Jesús como el leproso: “Señor, si quieres puedes limpiarnos”? ¿Estamos dispuestos a dejarnos tocar por Él para que podamos quedar limpios?
Tarea para esta semana: separar una libreta para señalar en ella aquellas situaciones de vida propia que signifiquen esta lepra. Diez minutos antes de dormir escribir algunas de estas realidades. Terminar orando un ave María y el Padre Nuestro.
Levítico 13,1-2.44-46; Salmo 31; 1 Corintios 10,31-11,1; Marcos 1,40-45
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