Pbro. Rubén Darío García


Hay momentos en que nuestra existencia entra en profunda oscuridad: llega una enfermedad; el estable matrimonio, comienza a tambalear; los hijos entran en notables desviaciones que les acarrean angustias y desorientación; aparece en la familia una inesperada crisis económica; se experimenta una traición de las personas amadas; se derrumban sueños e ilusiones.
Para enfrentar todas estas realidades con valentía, la Palabra de Dios nos hace mirar a Jesucristo. ¿Quién es Él? ¿Por qué debemos llegar a creer en Él? ¿Qué nos ganamos con conocerlo? ¿En qué nos podrán ayudar sus enseñanzas?
Como potente reflector encendido y trompeta impetuosa se nos anuncia quién es Él: “Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco”. Él recibió de Dios Padre el honor y la Gloria; por lo mismo Él tiene poder para sacar al ser humano de todo sufrimiento y angustia; por Él, por su sangre derramada en la cruz, fuimos comprados y rescatados. Es por esto por lo que “hacemos bien en prestarle atención como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro hasta que despunte el día y el lucero amanezca en nuestros corazones”.
El blanco significa resurrección, la nube indica la presencia de Dios mismo, la montaña nos habla de la revelación. En la transfiguración del Señor, en la montaña, aparecen Moisés y Elías, lo que nos hace entender la ley y los profetas y, Jesús, quien lleva a plenitud y cumplimiento las promesas hechas a nuestros antiguos padres. Al descender Jesús de la montaña va camino a otra “montaña”, al calvario, donde la Cruz será el nuevo trono y la máxima revelación del amor llevado hasta el extremo: ¡Por la cruz a la gloria!
La enfermedad, por la fe en Jesús, adquiere sentido y llega a vivirse como auténtica bendición; el matrimonio que se ha separado por la acción beligerante de los esposos, llega al perdón y a la reconciliación real recuperando el estado de felicidad inicial; los hijos llegan a ser capaces de discernir entre el bien y el mal y descubrir el “para qué han nacido”; la precariedad llega a ser entendida como oportunidad de renovación interior en el hogar; los sueños e ilusiones adquieren el nuevo color de la esperanza.
“Este es mi Hijo el amado, escuchadle”. Esta es la perentoria llamada de esta Palabra: ¡Ábrete a la escucha! Si hoy, escuchas su voz, no endurezcas tu corazón. La visita del Santo Padre el Papa Francisco, significa también la voz del Buen Pastor que viene a animarnos y a mostrarnos los senderos de la esperanza. Es el Vicario de Cristo que llega como mensajero de paz y apóstol de la misericordia; es el primado, es decir, la transparencia de la comunión como sucesor de Pedro. Acojámosle y demos adhesión a su mensaje: ¡Escuchémosle!
Daniel 7,9-10. 13-14; Salmo 96; 2 Pedro 1, 16-19; Mateo 17,1-9
Delegado Arquidiocesano para la Pastoral Vocacional y Movimientos Apostólicos
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La Cruz será el nuevo trono y la máxima revelación del amor llevado hasta el extremo
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