Pbro. Rubén Darío García


Tengamos presente que cuando escuchamos la Palabra de Dios con frecuencia aprendemos a leer nuestra vida a la luz de la fe. En esta oportunidad se nos enseña a pedir con insistencia al Dueño de la vida, es decir, a quien puede darnos lo que necesitamos porque nos ama.
Abraham se atreve a pedir al Señor el perdón para la ciudad y apela a su misericordia para que no perezcan los inocentes con los culpables. Si nos detenemos en el texto, vemos cómo una y otra vez Abraham intercede y, así mismo, una y otra vez Dios responde. Del mismo modo en el Evangelio, Jesús, ante la petición de sus discípulos: “Enséñanos a orar”, les entrega la oración del “Padre Nuestro”.
En esta oración, después de santificar al Padre, vienen varias peticiones: “venga tu Reino, hágase tu voluntad, danos hoy el Pan de cada día, no nos dejes caer en la tentación; líbranos de las acechanzas del maligno”. Varias peticiones, a las cuales el Padre responde. Y cuando habla del amigo insistente, que toca la puerta a deshoras para pedir panes con el fin de atender a quien le visita, Jesús nos enseña cómo pedir lo único necesario para alcanzar la verdadera felicidad: “El Don del Espíritu Santo”.
Muchas veces nosotros pedimos y nos desanimamos, no lo hacemos con insistencia. Nos entra la tentación de pensar que “Dios está muy ocupado atendiendo tantas peticiones de todo el mundo”, o que se vuelve sordo a las súplicas, porque nuestra soberbia nos engaña diciendo: ¡Él tiene otros asuntos más importantes que el tuyo, no pidas más!
El Padre siempre atiende nuestros ruegos. Escuchó el clamor de su pueblo y lo liberó de la mano de los egipcios; si el afligido invoca al Señor Él lo escucha y lo libra de sus angustias. Sin un padre en su cotidianidad da a su hijo lo que le pida, cómo no el Padre de los cielos dará el Espíritu Santo a quien se lo suplique.
Pidan y se les dará, toquen y se les abrirá, busquen y encontrarán. La clave está en pedir sin desanimarse; pedir constantemente. Así es también la oración del corazón, la cual pide: “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí que soy un pecador”. Repetir esta oración constantemente. Es la indicación que el Señor Jesús nos ha dejado: “Oren sin cesar”. Cuando oren, no lo hagan buscando aprobación de los hombres; entra en tu cuarto, es decir, entra en ti mismo y allí en lo secreto el Padre te escuchará.
Si tienes hoy sufrimientos, preocupaciones, angustias, pídele al Señor. Él te escucha. Él sabe lo que necesitas, Él da a su tiempo: “Abres tú la mano y nos sacias de bienes”. Pero debemos orar sin desanimarnos, de modo constante, sin detenernos.
Pide la sabiduría que viene de su trono; toma la Biblia y busca el capítulo 9 del libro de la Sabiduría. Allí te enseña a pedir: “Haz prósperas las obras de nuestras manos”. Pide por los enfermos; por los que sufren; por los desamparados. Pide por nuestro país, por la conversión sincera; por que el Señor escuche el clamor de este Pueblo.
No nos imaginamos el valor que tiene orar por el otro con nombre propio, es maravillosa la respuesta del Señor. El Pan que pedimos para este día, es el Pan bajado del cielo, es decir, Jesucristo mismo. Pidámoslo en la Eucaristía, en nuestra oración diaria del Padre nuestro; hagámoslo sin desanimarnos; verás la respuesta del Padre eterno que nos ama.
Génesis 18,20-32; Salmo 137; Colosenses 2,12-14; Lucas 11,1-13
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