Pbro. Rubén Darío García


Pbro. Rubén Darío García Ramírez
“El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar”. Solo en Dios el ser humano encuentra la verdadera felicidad de su existencia. La finalidad de vivir en esta tierra es que fuimos creados para: “Alabar, reverenciar y servir a Dios Nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma”.
¿Para qué vivimos, nos movemos y existimos? Para Alabar, reverenciar y servir a Dios nuestro Señor. Si esto lo interiorizamos y lo hacemos consciente, encontramos la razón de vivir, el sentido de la vida, la verdadera felicidad. ¿Por qué no experimentamos este gozo de vivir? Precisamente porque en el camino de la vida nos perdemos. Pasamos nuestra cotidianidad alabando, reverenciando y sirviendo a las criaturas y al dinero. Cambiamos el fin por el medio y comenzamos a pedirle la vida a lo que no nos puede dar la vida.
La corrupción que experimentamos en nuestro país, la pérdida del sentido de la vida, la violencia que se acrecienta en los hogares, la ausencia de identidad, la depresión frente al sufrimiento, el apego al dinero como raíz de todos los males, son muestra del abandono de Dios y de la idolatría en la que hemos caído.
Abraham encuentra tres hombres junto al árbol e inmediatamente les suplica que entren a su casa. Los atiende con lo mejor que posee, les lava los pies y les mata el mejor becerro. La presencia dentro de su casa de estos visitantes ha sido la intervención de Dios mismo en su historia. Su sufrimiento al no tener un hijo, se convierte en gozo al escuchar que en un año Sara concebirá y dará a Luz. Abraham le dio el centro de atención a Dios alabándolo, sirviéndolo y honrándolo.
En casa de Lázaro, María le da toda la atención al Señor a tal punto que le hace exclamar: “María ha escogido la mejor parte y nadie se la quitará”. Esta enseñanza nos conduce a descubrir que “la mejor parte” radica en la acción de poner en el centro al Señor y darle la prioridad en todo. Esta actitud da una fecundidad incalculable a todas nuestras empresas.
En la cotidianidad podemos llegar a dar la centralidad a Dios nuestro Señor. Todo lo que hacemos adquiere sentido cuando tiene finalidad. El dinero y las cosas cuando cumplen el destino universal de todos los bienes, se transforman en servicio y ayuda y alegría. De lo contrario se convierten en instrumentos de explotación, marginación e injusticia. La familia tiene su finalidad en Dios y cuando lo tiene presente, todos los esfuerzos cotidianos alcanzan luz y gozo en su realización.
Las acciones valiosas de Marta en la casa se vuelven fecundas con la actitud de María. La contemplación en la acción recupera la finalidad de la existencia en el ser humano. No dejemos perder esta belleza de la vida. Tenemos pocos años para realizar la existencia en su verdadera plenitud. Que la sociedad de consumo que nos rodea y la tiranía de una cultura de muerte que se impone, no acabe por destruir esta obra que Dios mismo ha tejido y confeccionado: La vida humana.
Génesis 18,1-10; Salmo 14; Colosenses 1,24-28; Lucas 10,38-42
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