Pbro. Rubén Darío García


Pbro. Rubén Darío García Ramírez
Las noticias de los últimos días muestran una realidad que toca también a nuestro país y refleja la mentalidad vigente en el mundo entero ante la cual la Iglesia tiene una Palabra sólida que anunciar. Una Palabra que pisa con decisión la soberbia de los poderosos, quienes han colocado siempre su confianza en sus propias fuerzas, en el dinero y en los bienes; esto es lo que significa en la primera lectura cuando leemos: "Carros de Efraín y caballos de Jerusalén".
El imperio económico ha sembrado en las mentes de las personas una semilla que se arraiga y hace que el ser quede subordinado al tener, al poder y al placer. La corrupción brota de una profunda inversión de los valores: la vida, valor supremo, adquiere cuantía económica y pierde su verdadero significado; crece la lucha de poderes en cabeza de políticos, gobernantes y grandes grupos empresariales compitiendo por la hegemonía a cualquier costo; y temas fundamentales como la paz, la salud, la familia o la educación, se redefinen como temas de ideología y de mercado en los que terminan enfrentados hermanos contra hermanos. Se multiplican los rostros de obreros y empleados que no son bien remunerados, también los rostros del desempleo, y crece la avidez acompañada de la opresión.
La dignidad (el hombre como fin en sí mismo) es la razón de ser de las instituciones humanas. La lucha contra la esclavitud social o política y el respeto de los derechos humanos bajo cualquier sistema, debe estar sellada por hombres y mujeres "pobres", es decir, "anawim", o mejor "los humildes", "los mansos y sencillos", aquellos que, con su obrar, revolucionan interiormente la vida de las personas, haciéndoles descubrir su verdadero valor y dignidad. Son los que no se mueven por el afán de dinero, de poder, de tener o de placer; son esencialmente los que se han despojado de sí mismos y son capaces de dar la vida por los otros sin ningún interés económico personal. Son los creyentes en Cristo, el "anawim", el pobre. Él ha puesto su confianza en el Padre y nos ha enseñado a buscar el reino con la certeza de que todo lo demás vendrá por añadidura.
El Rey entra montado en un pollino, no en un caballo de guerra, porque la paz que Él viene a instaurar no proviene del aparato bélico, ni de la guerra ardiente ni de la guerra fría ni de la diplomacia, mucho peor que las otras. Esta manera de vivir pacifica es la que revoluciona el corazón y el ser, no necesita de las armas porque cada uno está dispuesto a dar la vida por los otros. Quienes llegan a creer en este nuevo Rey-Cristo, operan en el mundo como el alma en el cuerpo; son los pequeños gigantes que derraman la sangre amando a sus enemigos y perdonando; son los verdaderamente felices porque su felicidad no depende de la fama, del prestigio ni de los honores y reconocimientos sociales.
"Gracias Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños y humildes; por esto vengan a mí los que estén cansados y agobiados, que yo los aliviaré".
Delegado Arquidiocesano para la Pastoral
Vocacional y Movimientos Apostólicos
Zacarías 9,9-10; Salmo 144; Romanos 8,9.11-13; Mateo 11,25
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La paz que Él viene a instaurar no proviene del aparato bélico, ni de la guerra ardiente.
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