Pbro. Rubén Darío García

Jesús predica el Reino de los Cielos, el Proyecto-Reino de Dios para la humanidad: La salvación. Mediante su Pedagogía de las Parábolas, el Señor deja en el Evangelio explicación e ilustración claras para cualquier tiempo y lugar como corroboramos hoy con las parábolas de la cizaña, la semilla de mostaza y la levadura.
El Reino de Dios, comparado con la semilla, la levadura y el campo de trigo, tiene comienzos modestos, pero con una enorme fuerza interior capaz de revolucionar la historia. La clave está en saber esperar. Es la “paciencia de Dios”, que, como lo anuncia el libro de la Sabiduría: “En el pecado, da lugar al arrepentimiento”.
Mientras la semillita de mostaza negra palestina se convierte en un árbol de hasta cuatro metros de altura (cerca al lago de Tiberiades), un poquito de levadura multiplica con el tiempo el tamaño de la masa para hacer el pan… El reino de Dios crece desde lo pequeño, humilde y secreto, entre conflictos.
En la primavera, la cizaña se confunde con la planta del trigo, es difícil arrancarla. La cizaña absorbe el alimento del terreno, marchita el trigo y solamente durante la siega se le podrá reconocer: Hay que esperar hasta el final, cuando se quemará (infierno) la cizaña y se llevará el trigo al granero (cielo). El reino de Dios vive la lucha entre el bien y el mal, incluso en la consciencia individual. Enfrenta la cizaña de ideologías relativistas y postmodernas, creencias y sectas nueva era, políticas anti-vida, mentira, traición…pero podemos convertirnos.
Dios es paciente y misericordioso, no corta la cizaña, la deja crecer junto al trigo, con la esperanza de que se convierta en trigo. Jesús nos enseña a vivir con el mal para ser fermento en la masa y transformarla, desde dentro, en lugar de usar la violencia. Antes de eliminar el mal, dar oportunidad al cambio. Él se hace “amigo de publicanos y pecadores”, dialoga y come con ellos igual que con justos y piadosos. Como samaritano, se acerca y cura, diferente al Juez que juzga y castiga. Dirá San Pablo: “Me hago todo con todos para ganarlos a todos”.
Al final de la vida viene el tiempo de la justicia (la cosecha). Seremos juzgados; se separará el trigo de la cizaña, el bien del mal, los que siguen a Dios de los que siguen al maligno…y brillarán la justicia y la verdad: “Ya no habrá muerte ni llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo habrá pasado” (Ap 21,4).
Los seres humanos hechos en hijos de Dios por el bautismo, arrepentidos y renovados en la vida sacramental, fieles a Dios Uno y Trino, peregrinos del amor por el camino de la conversión resplandecerán en la verdad con el vigor de la pequeña semilla, modesta y oculta que da fruto abundante. Hoy examinémonos: ¿Cuánto soy de trigo y cuánto de cizaña?
Sab 12,13.16-19; Salmo 85; Rom 8,26-27; Mt 13,24-43
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