Pbro. Rubén Darío García Ramírez

Me alegra que podamos encontrarnos de nuevo mediante estas líneas. En mi oración he pensado en usted y en todas las fatigas que debe enfrentar cada día. En sus temores, sus ilusiones, sus esfuerzos, sus logros y sus desaciertos. Habrá momentos en los cuales su ánimo ha estado altamente positivo y otros en los que la desolación, la tristeza, la desconfianza, el temor, la angustia habrán invadido toda su existencia. Si ha sido así, entonces su vida se identifica con la de Job.

La lectura del libro de Job nos muestra la vida como un servicio militar; como un hombre que jornalea y espera la alegría de su salario; como un esclavo que labora bajo el sol y anhela un poco de sombra. Los días pasan llenos de fatiga, con esfuerzos muchas veces no recompensados… Y hay un secreto: si la existencia transcurre como servicio a los otros, adquiere verdadero sentido y produce felicidad. La Palabra nos enseña que nuestra vida sólo tiene sentido si se asume como un servicio al otro. Es la gran lección de hoy.

El servicio produce alegría y fortaleza en los sufrimientos y las dificultades. Narra el Evangelio que Jesús, al salir de la sinagoga, va a la casa de Pedro y, como encuentra enferma a la suegra de su discípulo, se acerca, la cura y permite que ella luego se ponga a servirle. Esta actitud es totalmente nueva en el contexto social del tiempo de Jesús: un rabino jamás se hubiera acercado a una mujer para tomarla de su mano y devolverle la salud; y menos aún hubiera permitido que una mujer le sirviera. La actitud de Jesús, no sólo cuestiona las reglas rabínicas, sino que modifica las pautas sociales del momento y le asigna al “servicio” un nuevo estilo y significado.

En la mentalidad griega el servicio, “la diaconía”, era algo “indigno”. ¡Dominar, no servir: era la característica de un ser humano! Para el griego el fin de la vida humana está en el perfecto desarrollo de la personalidad, no en el “servicio al prójimo”. En la enseñanza de Jesús, el concepto de servicio se desarrolla a partir del precepto del amor al prójimo existente en el Antiguo Testamento. Jesús lo toma de allí, lo une al precepto del amor de Dios y lo propone como elemento central del comportamiento moral pedido por Dios al ser humano.

Jesús también resignifica el término “diaconía”, inicialmente asociado al sentido de servir a la mesa. En la mesa es notable la diferencia entre las personas ilustres sentadas y los siervos o las mujeres que sirven. La actitud de Jesús, renueva totalmente la relación entre el “servir” y el “hacerse servir”: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir”. La “diaconía” o “el servicio”, ejercido por la suegra de Pedro inicia un nuevo estilo en las relaciones humanas.

Ahora se trata de servir, no de dominar. La vida feliz se construye en la dimensión del servicio al otro. Más preciso aún, quien cree en Jesús, desarrolla su vida en un pleno servicio al prójimo, entendiendo como prójimo especialmente al enemigo, a quien, normalmente, no le ofreceríamos ningún servicio. Los padres sirven a la vida de los hijos y estos a su vez a la vida de sus padres; el profesor, presta sus servicios a sus alumnos para dar luz a su existencia; quien barre en la calle, sirve a las personas en la estética y armonía de la ciudad; quien sirve el tinto en la oficina hace la vida más agradable; el gerente ofrece sus conocimientos de organización a la empresa y la bibliotecaria sirve como intermediaria en el acceso a la información a los investigadores o lectores…

Es el momento de empezar a evaluarnos a partir de nuestros actos detallando cómo, en cada caso, hemos servido o nos han servido. Seguramente crecerá y se renovará nuestra alegría y la vida cobrará todo el sentido haciendo viva la Palabra de hoy en nuestra existencia.

Director del Departamento de estado laical de la Conferencia Episcopal de Colombia

Job 7,1-4.6-7; Salmo 146; 1 Corintios 9,16-19.22-23; Marcos 1,29-39