Pbro. Rubén Darío García


Dos extremos se enfrentan siempre en nuestra existencia: la vida y la muerte. Y no la muerte biológica; hablamos de aquella realidad profunda que causa la “muerte del ser”, esa imposibilidad de amar, esa inexorable experiencia del sinsentido de la vida, de la pérdida de toda luz: la frustración y el fracaso en su máxima expresión.
El ser humano tiene miedo a enfrentar esta “muerte” y procura huir de ella y “asegurarse la vida” como él la concibe. San Ireneo, un gran Padre de la Iglesia, dice: “La Gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios”. Dios se goza en la vida de sus hijos, no en su muerte. Hoy la Palabra nos reafirma que Dios nos ama y pelea continuamente por nuestra vida. Él es quien puede hacer fértil un cuerpo estéril, Él quien tiene el poder de hacer brillar la luz en medio de la tiniebla.
Por el bautismo, todos somos sepultados en la muerte de Cristo para obtener, en nosotros, la vida eterna. “Hemos muerto con Él, para resucitar con Él”. Recibimos la luz que venció a la oscuridad y, por haber sido sumergidos en el agua nueva, ahora vive en nosotros el Amor de Dios: “Porque este Amor ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu que se nos ha dado” (Rom 5,5). Qué gran noticia: ¡Por Jesucristo ya no morimos! Más aún, por la vestidura blanca que se nos impuso el día que nos bautizaron, hemos sido hechos sacerdotes, profetas y reyes.
Sacerdotes, porque nos ofrecemos como hostias vivas para que Él nos transforme en ofrenda permanente; profetas, porque en todo momento con nuestra manera de vivir anunciamos la muerte y la resurrección de Cristo hasta que Él vuelva y reyes, porque nuestra existencia toda se convierte en un continuo “amar y servir”.
“Quien acoja a uno de estos pequeños en su casa, me acoge a mí y quien dé un vaso de agua a cada uno de ellos por ser profeta, tendrá paga de profeta”: esto es acoger al otro, como Don de Dios, en nuestra vida-casa (en nuestra existencia) y en pago recibir el poder salir de la muerte. Eliseo “el Profeta”, en la lectura de 2 Reyes, anuncia a la mujer estéril y a su viejo esposo, quienes le han hospedado en su casa, que “el próximo año concebirá y dará a luz un hijo”. El premio por haber dado a Dios el primer lugar y acogerlo en su casa, es “salir de la esterilidad”, pasar de la muerte a la vida. De lo imposible para el hombre, Dios todo lo hace posible, basta creer en Él.
Hoy tenemos que salir de la idolatría del trabajo, el sexo, el dinero, la salud, los honores, la fama y el prestigio. En estos ídolos pusimos nuestra confianza y nuestra seguridad y tratamos de “ganarnos” la vida con nuestras propias fuerzas. Pero tenemos que salir de tal ignorancia y llegar a creer en el único Padre Dios que nos ama, por Jesucristo, en el Espíritu Santo. Salgamos de esta vida mundana (morir) y aceptemos la vida. Jesús lo anuncia: “El que quiera ganar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por la buena noticia, la encontrará”.
Delegado Arquidiocesano para la Pastoral
Vocacional y Movimientos Apostólicos
2Reyes 4,8-11.14-16; Salmo 88; Romanos 6,3-4.8-11; Mateo 10,37-42
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