Pbro. Rubén Darío García


Los católicos estamos en el mundo, pero no somos del mundo. Nos vestimos como todos, comemos como todos, trabajamos como lo hacen todos… pero, en un día único de nuestra vida, recibimos el Sacramento del Bautismo y este sacramento nos hace diferentes, brilla en nosotros como luz que nos separa del mundo sin sacarnos de él; es tan contundente que, como dice San Juan, “el mundo nos aborrece por no ser del mundo”. Miremos a nuestro alrededor cuánta crítica, cuánta burla, cuánta persecución contra los cristianos a lo largo de la historia y, especialmente, en nuestros días.
En la Palabra de hoy Jesús ora por nosotros al Padre. Su oración es muy fuerte porque Él le pide al Padre que no nos saque del mundo pero sí que nos libre del maligno. Además, le dice al Padre que Él mismo, Jesús, nos ha comunicado la Palabra y por esta Palabra ya somos capaces de vencer el mundo. Recordamos aquí otro momento de la Palabra de Dios: “La fe es lo único que vence al mundo”.
El día de nuestro Bautismo, Dios Padre, por medio de la Iglesia, nos dio la fe. Cuánto amor nos tiene el Padre: Él, que sabe que en nuestra existencia experimentaremos la fuerza del mal, nos da la Fe para que esta fuerza (hecha burla, persecución, injusticia….) no nos venza. Escuchemos y reflexionemos bien la Palabra que hoy nos revela cómo y en dónde mora nuestro Dios: en la primera Carta de san Juan se nos dice: “Si nos amamos unos a otros, el mismo Dios mora en nosotros”. ¿Cómo? Amando como Él nos ama y viviendo la Verdad (que es la Palabra de Dios); y, ¿dónde? En nosotros, con nosotros y entre nosotros.
Si nos amamos, como Él nos ama, con entrega y sacrificio, Dios vive en nosotros como en su propia casa. Amándonos como Él ama, y viviendo con Él y en Él, en el mundo somos diferentes porque quienes no conocen a Dios no son capaces de amar como Él ama ni de comprendernos y aceptarnos.
Tenemos, pues, una explicación de fondo a fenómenos como la guerra, la injusticia, el sufrimiento (fruto del hambre, el resentimiento, la mentira…) o la corrupción que destruye toda vida a su paso sin un mínimo escrúpulo: falta este amor de Dios dentro de nosotros. Faltan más católicos verdaderos en el mundo.
Hoy la Palabra es esperanzadora porque nos anuncia que Jesús ora por nosotros y, como un impagable regalo de su Amor, Dios nos da su Espíritu. Su Espíritu es su Amor y este Amor ha sido derramado en nuestros corazones (Cfr. Rom 5,5) en el Bautismo. Teniendo su Amor, su Espíritu, somos capaces de vivir en el mundo, vencer al mundo y ya no somos del mundo.
Claro que tenemos criterios diferentes a los de quienes desconocen este Don de Dios: nuestras actitudes son diferentes a las del mundo porque nosotros ya tenemos el Espíritu que nos da Vida en nosotros. Por el Espíritu Santo recibido en el Bautismo y en la Eucaristía, somos capaces de perdonar a quienes nos hagan daño y no hacerles daño, no desear para ellos el mal y estar dispuestos a hacerles el bien. Aún más: oramos por quienes nos hacen daño y hasta estamos dispuestos a sufrir por ellos.
Es muy difícil, quizás imposible, que el ser del mundo, sin Fe y sin el Don del Espíritu, se comporte con amor para vencer al mundo. Con la luz del Bautismo y el don del Espíritu estamos en el mundo pero no somos del mundo, somos capaces de vencer al mundo… y estamos llamados a cultivar estos dones y multiplicarlos para el Reino de Dios.
Con la Ascensión del Señor la creatura viene elevada en su dignidad y por el Bautismo hecho hijo de Dios, esto hace que en el mundo vivamos como extranjeros sin ser del mundo porque nuestra patria es el cielo.
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