Pbro. Rubén Darío García Ramírez

Estamos en el tiempo oportuno para dejarnos limpiar, sanar y liberar de todo lo que nos impide alcanzar la plenitud de la felicidad. La Palabra de Dios dice: “El Señor Dios me abrió el oído”. Esa es la petición inicial: “Señor, ábreme el oído”.

El profeta Isaías nos prepara para la Pasión del Señor. El camino de la Cruz se convierte en el sendero único para resolver el miedo a la muerte que nos ha esclavizado durante tanto tiempo. La esclavitud integra (1) el dominio que nos ha sometido a nuestros apetitos, vicios o situaciones de pecado que no han dependido totalmente de nosotros pero produce graves consecuencias; y (2) el sufrimiento real que experimentamos y repercute en nuestro entorno.

Todo sufrimiento queda expuesto ante la Cruz del Señor y allí encuentra sentido. Con Jesucristo todo adquiere luz: La enfermedad se transforma en oportunidad para completar en nuestra carne los padecimientos de Cristo en la cruz, la vejez se vuelve tiempo de gracia que nos acerca al encuentro con el Señor, la muerte se convierte en el tercer nacimiento que nos conduce hacia la morada divina, a la visión plena de Dios y la contemplación de todo su amor.

Leamos y comprendamos el sentido del sufrimiento en la Cruz que nos libera de iras, rebeliones y venganzas y nos lleva al cielo: El dolor de la traición es ahora un camino para donarnos y aprender a perdonar; la incertidumbre de los padres cuando los hijos crecen y se van se convierte en una verdadera maestría en esto de la FE y el desprendimiento; el duelo por la despedida definitiva de seres queridos y por las causas perdidas nos sigue acrisolando fortaleciendo en nosotros comprensión, aceptación , paciencia y resiliencia y nos torna más serenos y un poco sabios…

Esperamos que el Padre, por su infinito amor, haga Pascua con nosotros, que vivamos el cumplimiento de la promesa hecha al iniciar la Cuaresma: “Derramaré sobre ustedes un agua pura que los purificará de todas las inmundicias e idolatrías los he de purificar, infundiré mi Espíritu y vivirán, los sacaré de sus tumbas, arrancaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne” (Cfr. Ezequiel 36,25-28).

La promesa se materializa en la noche santa de la Vigilia Pascual, cuando renovamos nuestro bautismo. Llegamos a ella preparados y bien consolidados con la oración y la meditación de los días que explican y anteceden al Triduo Pascual: “Jueves, viernes y sábado santos, con la luz plena del Domingo de resurrección”. Toda nuestra historia será mirada.

Reconozcamos el alcance de nuestro pecado y el de la pasión y muerte de Jesús: cuánto pecamos con nuestro pensamiento y cómo pagó el Señor con la sangre de su frente y su cabeza cruzada por espinos; tanto daño hacemos con gestos palabras, mentiras, y cómo Él pagó por eso con la sangre derramada de su rostro destrozado; el tamaño del pecado cometido con nuestros manos y pies que ÉL pagó con sus llagas al ser clavado en un madero; el pecado de nuestro cuerpo esclavizado por los placeres del mundo y el pago del Señor con su sangre a punta de múltiples latigazos y la lanza de Longinos hundida en su costado…Así, hasta comprar todo nuestro error y dejarnos sanados y libres al amanecer el Domingo de Resurrección. Miremos nuestra historia unida a Su Pasión y Muerte. El éxito de la Vida que vence a la muerte.

Saludemos con ramos vivos y frescos a Jesús que viene en nombre del Señor y preparémonos para que, cumplida su promesa, nosotros no insistamos en seguirle crucificando.

Isaías 50,4-7; Salmo 22; Filipenses 2,6-11; Pasión según San Lucas 22,14-71; 23,1-56

Director Departamento de Estado Laical

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