Pbro. Rubén Darío García


Hoy se nos llama a robusteder nuestra confianza en el Señor, a que entendamos al fin que nuestra seguridad personal no reside en nuestras propias fuerzas. La verdad es que somos frágiles y caducos, pero Él nos da la sabiduría y la fortaleza necesarias para vencer todo lo que atenta contra ese valor que Él nos asigna. Nos ataca la ignorancia que nos lleva a creer que valemos por nosotros mismos; nos ataca el corto plazo que nos pone a invertir el tiempo en tareas de vanidad (que es vacío), en perseguir el beneplácito del mundo. El verdadero amor propio se realiza en nuestra conciencia porque el Señor lucha por nosotros: es por Él que existimos y por Él que nuestra vida tiene dirección, sentido y contenido. “Ustedes valen más que los gorriones”… y Él está con cada uno de nosotros “como fuerte guerrero”, ni un solo cabello se cae sin que Él lo permita.
Nuestros proyectos de éxito, de prestigio o de riquezas, centrados en la ingenua fantasía del poder personal pueden sucumbir ante cualquier adversidad, como la enfermedad, y lo que habíamos planeado puede llegar a no realizarse. Necesitamos valorar más el tiempo presente y aprovecharlo en lo fundamental. Porque cuando llega la hora de nuestro último viaje, y estamos listos para pasar a las manos del Padre, lo que antes consideramos que no era importante, adquiere un valor impresionante: el tiempo para compartir con los que amamos y los detalles que, a lo mejor, se perdieron por las prisas.
Somos muy importantes. Nuestro valor no depende de los títulos alcanzados, ni de los cargos que, a los ojos del mundo son los que cuentan; el solo hecho de ser personas ya nos da la validez fundamental en la existencia. Los honores pasan y los puestos “importantes” un día se terminan. ¿Qué habremos sembrado? Quien siembra tacañamente, así mismo recogerá la cosecha; quien siembra en abundancia, así también recogerá al final del camino. Atendamos al valor que nos asigna el Señor y sembremos en abundancia. Todo cuanto acontece en nuestra existencia tiene un propósito y para quien ama a Dios todo le sirve para el bien. Cada circunstancia en nuestra vida es un tejido en las manos del Padre; conviene aprender a leer nuestra historia con los ojos de la fe, y detenernos un instante para levantar la mirada y bendecir.
Tú vales mucho. No tienes que cambiar tu cuerpo para dar gusto a una sociedad de consumo; no debes dejarte encuadrar en la mentalidad de la producción sin sentido. Vales por lo que eres y no por lo que tienes. Ser hijo de Dios es el más grande título, pues sólo en Él y por Él podremos adquirir el verdadero valor de nuestra existencia.
Los invito a orar con esta cita bíblica: “Eres precioso a mis ojos y yo te amo, y entrego por ti hombres y pueblos a cambio de tu vida” (Isaías 43,4)
Jeremías 20,10-12; Salmo 68; Romanos 5,12-15; Mateo 10,26-33
Delegado Arquidiocesano para la Pastoral
Vocacional y Movimientos Apostólicos
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Nuestro valor no depende de los títulos alcanzados, ni de los cargos que, a los ojos del mundo son los que cuentan
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