Pbro. Rubén Darío García


Pbro. Rubén Darío García Ramírez
Ninguno de nosotros puede sentirse totalmente puro y sin mancha. Todos somos pecadores. Muchas veces queremos hacer el bien y terminamos haciendo el mal. Si comparamos el mundo con una pecera en crisis, logramos entender la situación de nuestro tiempo: existen peces enfermos (corruptos, idólatras, traidores, criminales de toda clase) que contaminan a los demás peces (la humanidad entera) y el agua de la pecera (leyes, creencias y tendencias del mundo) huele mal. No basta sacar un pez que se ha enfermado, es necesario cambiar el agua de la pecera y atender con cuidado y exigencia a los sobrevivientes hasta librarlos de la toxicidad.
El problema nos atañe, somos católicos contaminados de mundo. Dice el profeta Isaías con respecto al actuar del mundo: “lo malo lo juzgamos bueno y lo bueno lo juzgamos malo; a las tinieblas las llamamos luz y a la luz tinieblas" (5,20). Sordos a la Ley Divina, nos entregamos a ideologías alienantes, modas y demás formas de adoración que traicionan a Jesucristo.
Los cristianos tenemos que superar el criterio de que “lo que hace la mayoría y lo que hacen los que mandan se vuelve ley”: Aborto, eutanasia, infidelidad, libertinaje, corrupción… Cosas de la mayoría que pasan de ser moda a convertirse en algo natural, en “derecho” y en ley. Y, ¿quién quiere la Cruz? ¿Quién acepta sufrir? El mundo no resiste tanto voltaje, prefiere ídolos de fango, becerros de oro. Pero los cristianos no somos del mundo, somos de Dios.
En el libro de la Sabiduría aprendemos que “Señor todo el mundo es ante ti como un grano en la balanza, como gota de rocío mañanero sobre la tierra”: ¡Todo el mundo, es tan pequeño ante la majestuosidad del amor de Dios! Como la gota que se echa en el cáliz, durante la celebración de la Eucaristía, ¡es tan pequeña! Mil años en tu presencia son como un ayer que pasó. En realidad, el todo contiene la parte. Así se nos revela el amor Misericordioso de Dios y nosotros somos objeto de este amor: “¡Siendo pecadores, nos ha enviado a su Hijo, para que todo el que crea en Él se salve y llegue al conocimiento de la Verdad!
El Evangelio nos presenta a un hombre llamado Zaqueo: conocido por todos, es rico, es decir, pone su confianza sólo en él mismo y en su dinero; roba, explota, engaña a los más pobres. Es uno de nosotros, un pecador. Pequeño de estatura, porque todavía no conoce a quien le puede hacer feliz, tiene una fe mínima. Tiene que subirse a un sicómoro para ver a Jesús, subirse así a la altura de su soberbia que no lo deja descubrir la verdad y la felicidad.
Jesús pasa, lo mira y le dice: “Zaqueo baja enseguida que hoy tengo que alojarme en tu casa” (empieza la recuperación de la dignidad del pecador y este se siente mejor, incluso, ante sí mismo). Zaqueo, desciende de su soberbia, acoge a Jesús en su casa y su vida cambia totalmente (se convierte): “Mira Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más”. La conversión de Zaqueo lo llama a arrepentirse y a reparar… y el Señor se compadece de él y borra sus pecados. Misericordia Divina. Zaqueo está ahora en gracia, derrotó a los ídolos de “dinero”, “amargura”, “soberbia”, “poder”, “apariencias” … Se le restauró su virtud.
Zaqueo eres tú y soy yo. Sólo acogiendo a Jesús en mi casa (arrepintiéndome y reparando sinceramente), en mi interior (creyendo, obedeciendo y haciendo consciencia, renovando mi vida), es posible la conversión. Esa es la manera de sanear la pecera y renovarle la vida. Respondamos y actuemos ¿Qué ídolos y creencias vanas debo derrotar hoy para convertirme, arrepentirme, reparar…cambiar mi vida y merecer Misericordia?
Sabiduría 11,22-12,2; Salmo 144; Tesalonicenses 1,11-2,2; Lucas 19,1-10
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