Pbro. Rubén Darío García


Revisemos nuestra historia personal: ¿cómo ha sido nuestra vida hasta hoy?, ¿qué momentos han sido como los huracanes o las tormentas?, ¿cuándo hemos experimentado la paz y la alegría? Y, ¿estamos hoy en paz o en medio de la tempestad? La Sagrada Escritura nos descubre el actuar de Dios en nuestra realidad histórica. El profeta Elías llega al monte Horeb y allí espera la manifestación de Dios. El viento impetuoso, el terremoto y el fuego, son elementos que se asocian a las múltiples maneras con las que Dios se nos presenta. En esta ocasión el Señor no se manifiesta ni en huracán, ni en tormenta, ni en fuego, sino en el susurro del viento o en la brisa tenue.
Comprendamos esta teofonía: el ligero viento en oposición al huracán, al terremoto y al fuego indica la suavidad con la que Dios dirige el curso de los acontecimientos de la historia. Podríamos esperar que la manifestación de Dios, por su omnipotencia infinita, fuese ruidosa y espectacular pero al manifestarse como un “ligero viento”, Dios nos introduce a una pedagogía diferente: Él guía la historia con la fuerza de un huracán pero en la manera como aparece a los ojos del pueblo, su providencia se revela con suavidad, como un ligero vientecito o un pequeño susurro; manifestación de Él mismo que exige “el silencio” por parte del ser humano para que pueda percibir su incomparable potencia. Dios nos da una lección para que aprendamos a reconocerlo a Él y su accionar en los acontecimientos ordinarios de cada día.
Hoy el Evangelio nos educa en esta perspectiva. Después de un acontecimiento “espectacular” como la multiplicación de los panes —una manifestación del poder de Dios en Jesucristo que revela quién es Él y su misión— Jesús desarrolla una pedagogía profunda: se retira a orar solo y deja que los discípulos entren al agua y enfrenten ellos el viento contrario que sacude la barca. Pasan toda la noche bregando, seguramente en medio del miedo y el desconcierto. Sólo al amanecer, cuando todo está en “silencio”, se acerca Jesús a los discípulos “caminando sobre el agua”: Ellos no le reconocen, se asustan y piensan que es un fantasma; pero la voz del Pastor apacienta el rebaño: “Ánimo, soy yo, no tengan miedo”.
Una pedagogía de gran significado: al caminar sobre el agua, Jesús se manifiesta como Señor del agua. La actitud del apóstol Pedro refrenda el acto pedagógico de Jesús: “Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua”. Que Pedro pueda andar sobre el agua indica que él puede ahora caminar sobre su muerte, pisar todo aquello que no le deja vivir: la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza. Todos estos pecados “capitales”, cabeza de otros, son entendidos como “la muerte”. Jesús concede a Pedro acercarse andando sobre el agua y mientras Pedro fija su mirada en Jesús, camina sobre el agua pero cuando, por el viento contrario, por el huracán, Pedro deja de mirar fijamente a Jesús y, por el miedo, se mira a sí mismo, Pedro se hunde y termina gritando: ¡Jesús, sálvame!
Cuando dejamos de mirar fijamente a Jesús en los acontecimientos de la vida cotidiana nos hundimos y cuando ponemos toda la confianza en Él, nada puede destruirnos y todo adquiere sentido.
Delegado Arquidiocesano para la Pastoral Vocacional y Movimientos Apostólicos
1 Reyes 19,9.11-13; Salmo 84; Rom 9,1-5; Mateo 14,22-23
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