Pbro. Rubén Darío García


Pbro. Rubén Darío García Ramírez
La Palabra de Dios impone reflexionar sobre el poder de la oración. Orar, decía Santa Teresa de Ávila, es tratar de amistar con quien sabemos nos ama. Suplicar al Señor en nuestras necesidades y angustias, con la certeza de ser escuchados, con la seguridad que Dios nos escucha y concede porque conoce cuanto necesitamos antes de que se lo supliquemos. Especialmente, ¡qué grande es orar por otro con nombre propio!.
Hoy retomamos el contexto de la guerra de Amalec contra el pueblo de Israel. Los amalecitas eran un grupo nómada, que desde antiguo se convirtieron en enemigos, como lo narra el libro del Deuteronomio: “Recuerda lo que te hizo Amalec cuando estaban de camino a su salida de Egipto, cómo vino a tu encuentro en el camino y atacó por la espalda a todos los que iban agotados en tu retaguardia” (25,17ss). Aquí se anuncia que, cuando el pueblo esté en el momento de la conquista de la tierra que Dios dará en herencia: “borrarás el recuerdo de Amalec, de debajo de los cielos”. Allí será vencido definitivamente el enemigo.
La tierra prometida es el don de una conquista mediado por dos figuras: Josué, el caudillo que conducirá al pueblo a la posesión de esta nueva tierra y Moisés, el intercesor encargado de suplicar al Señor mientras Josué batalla con las armas. Mientras Moisés tiene los brazos levantados el pueblo obtiene la victoria y cuando los deja caer, el pueblo entra en pérdida. Por esto, Aarón y Jur sostienen los brazos de Moisés y los soportan con la roca. Moisés ora con la certeza de ser escuchado y la victoria vence a la muerte.
En el Evangelio, Jesús enseña a sus discípulos el valor y el poder de la oración hecha a cada instante sin desanimarse. La viuda, ante el juez injusto, es la herramienta de la cátedra. Ella, insiste a tiempo y a destiempo ante este Juez, con el fin de obtener que se le haga justicia... Y el Juez, ante tanta insistencia, decide quitársela de encima haciéndole justicia y obrando a su favor.
Jesús anuncia con poder la enseñanza de hoy: “Pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante Él día y noche? Les digo que les hará justicia sin tardar.” El poder de la oración es que ella convence a Dios: (1) Abrahán intercedió por la ciudad para que por diez justos que Dios encontrase en ella no fuera destruida y “Dios se arrepintió de la destrucción de aquella ciudad”; (2) Moisés clamó a Dios por su pueblo, cuando éste se tornó idólatra y lo cambió por un becerro de oro… Y Dios cambió su de acabar con este pueblo”. La insistencia obtiene el favor. Orar sin cesar abandonándose en ÉL.
Volvamos a la FE. Renunciemos a las prácticas mundanas del paganismo supersticioso y volvamos los ojos a Dios. La fe es algo mucho más exigente. Es creer que Dios escucha en todo momento, incluso en aquellos que están cubiertos por una densa tiniebla. Es tener la certeza de obtener justicia ante el Padre amoroso que concede, según su plan, cuando siente el clamor de sus hijos. Porque, ¿quién de ustedes si su hijo le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cómo no el Padre que los ama dará el Espíritu Santo a quien se lo pida?
La batalla no fue vencida por Josué guerrero, ni por el bastón taumatúrgico de Moisés, la batalla fue victoria de Dios; Él concedió porque escuchó la súplica en favor de su pueblo: ¡Si supieras el poder que tiene orar por el otro con nombre propio! Cuando oras por tu familia o por tus enemigos. ¡Arriésgate a hacerlo y verás!
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