Pbro. Rubén Darío García


El libro del Éxodo nos narra un hecho doloroso: “El pueblo de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto”. Los Israelitas dejan de reconocer las obras que el Señor realizó con ellos. Añoran Egipto. No son conscientes del estado de libertad en que se encuentran y prefieren la esclavitud que vivían en Egipto y siguen mirando hacia sí mismos, hacia su “estómago”, se preocupan únicamente por su comodidad, rechazan todo tipo de sufrimiento: “¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos alrededor de la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos!
En el Evangelio, Jesús grita con fuerza: “Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre”. Si miramos en detalle nuestra existencia, también nosotros murmuramos la añoranza de nuestro pasado indeseable. Vivimos como si no hubiéramos sido liberados. Fuimos sacados de Egipto con brazo potente y seguimos añorando la “Olla de Egipto”.
¿Cuál es nuestro Egipto? Es ese pasado de mundanidad que insistimos en añorar.
¿De cuáles esclavitudes nos ha venido liberando el Señor? De vicios, adicciones, apegos, idolatrías, de la mentira, la doblez, la fornicación, el robo… nuestro pasado de oscuridad.
Y muchas veces quisiéramos volver allá, creyendo que “pasábamos bueno”, sin reconocer que ese “pasar bueno” era la destrucción de la vida, era tiempo de opresión, de ceguera, de oscuridad. Ahora, no es que sea grave o que esté prohibido disfrutar de lo bueno, lo grave es seguir insistiendo en identificar como “bueno” los placeres pasajeros del mundo y mantenernos alejados de Dios, perdiéndonos de la plenitud de la verdadera paz y el verdadero amor que duran para siempre.
¡Fuimos liberados del poder de las tinieblas! Jesucristo resucitó, pasó por la muerte para que nosotros no tuviéramos que morir: “¡Qué inmenso amor! Pero seguimos llenos de ídolos, apegados al dinero, al yo. Nos falta tenacidad para enfrentar el período nuevo de la liberación; nos da miedo pasar por el desierto: “No sólo de pan vive el hombre sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios”. Hemos de pasar por el desierto (esfuerzo, sacrificio, renuncias…) para acrisolarnos (renovarnos, purificarnos) y entonces lograr comprender y vivir La Palabra de Dios. Liberarnos del pasado y de nosotros mismos.
De la boca de Dios salió su Palabra: “Jesucristo el Señor”, el Verbo que se hizo carne. Sólo Él nos ha enseñado cómo se vive en verdadera libertad, en estado permanente de felicidad: “Yo soy el Pan vivo bajado del Cielo”. Cuando rezamos el “Padre Nuestro”, decimos: “Danos hoy nuestro Pan de cada día”. Este “Pan” es Jesucristo, el Pan vivo, el alimento que no perece, el que perdura, el que necesitamos para enfrentar los problemas cotidianos: la enfermedad, la vejez, la muerte.
La Eucaristía es el momento en el que comemos de esta Pan. Ella nos da el sentido verdadero a nuestra existencia, es la fuente de la felicidad. En ella, nos sentimos hermanos y experimentamos el cielo. No se trata sólo de “cumplir”, se trata de “Amar”. En la gota de agua mezclada en el vino, nuestra existencia queda mezclada en el amor de Dios: allí, los miedos desaparecen, las angustias se evaporan y el Amor borra la adversidad. Sólo en la Eucaristía la vida se nutre de la vida: Es el signo maravilloso de nuestra redención: “Este es el Sacramento de Nuestra fe”: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección: ¡Ven Señor Jesús!
Director del Departamento de estado laical de la Conferencia Episcopal de Colombia
Éxodo 16,2-4.12-15; Salmo 77; Efesios 4,17.20-24; Juan 6,24-35
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