Pbro. Rubén Darío García

Los textos ofrecidos por la liturgia de este domingo nos conducen al descubrimiento profundo de la Eucaristía. En ella, el pan y el vino son los elementos fundamentales porque significan la abundancia de la tierra prometida. La imagen del “banquete” hace pensar en comunión, alegría y gozo en el compartir la vida. El hecho de comer y beber gratis el trigo y el agua, el vino y la leche, muestran el amor de Dios que “Abre la mano y sacia de favores a todo viviente” (Sal 104,27).
El tema del alimento toca las fibras esenciales del ser humano, quien debe fatigar para obtenerlo; sin embargo, si “escucha atento” la Palabra del Señor: “comerá bien, saboreará platos sustanciosos”, imposibles de pagar con dinero. Una pregunta pone en cuestión la realidad de la existencia: “¿Por qué gastan dinero en lo que no alimenta? Y ¿el salario en lo que no da hartura?”.
La respuesta a estas preguntas manifiestan la necesidad de “escuchar”, porque “la fe viene por el oído” (Rom 10, 14 +), no obstante muchas veces “oímos sin escuchar”; así lo expresa Jesús cuando dice: “el que tenga oídos que oiga”. Quien sea capaz de escuchar vivirá, porque “vendrán días – dice el Señor- en los que mandaré el hambre al país, no hambre del pan ni de sed de agua, sino de escuchar la Palabra del Señor” (Am 8,11). Nuestra vida cambiará radicalmente, cuando nuestra actitud sea similar a la del profeta: “Cuando tus palabras Señor vengan a mí, yo las devoraré con avidez y ellas serán mi alegría y la serenidad de mi corazón” (Jer 15,16).
La escucha de la Palabra de Dios en el ámbito de la comunidad, hace que la Palabra sea entendida y aceptada en el corazón, haciendo, de quien escucha, un terreno bueno para que la semilla crezca y dé buen fruto. La celebración de la Eucaristía logra que la Palabra sea puesta por obra en la vida cotidiana del creyente y de este modo pueda cumplir la sentencia del mismo Señor: “Quien escucha estas palabras misas y las pone por obra se parece a aquel hombre que construyó su casa sobre la roca, vinieron las tempestades y los terremotos y la casa permaneció firme” (Mt 7,24).
El trípode: Palabra-Comunidad-Eucaristía, permite que la fe crezca y madure en el corazón de quien ha recibido el bautismo. La fe, cuando llega a su madurez, hace que el creyente sea capaz de discernir dónde está el bien y dónde está el mal, porque, como lo dice el profeta Isaías: “Ay de quien llama dulce a lo que es amargo, luz a lo que es oscuridad y vida a lo que es muerte” (5,20). El hombre gasta dinero en lo que no alimenta y el salario en lo que no da hartura, porque “no sabe” qué es lo fundamental para su existencia; lo que verdaderamente necesita para ser feliz.
Si llegamos a celebrar conscientemente la Eucaristía, podremos entrar en una conversión profunda. Este tiempo de pandemia puede ser comprendido como un desierto en el que Dios habla al corazón. La corrupción que encierra en sí misma la mentira y la infidelidad, el rechazo a la vida; la injusticia social; son signos de nuestra lejanía de Dios. Pensamos egoístamente en nosotros mismos y la soberbia hace que nos destruyamos mutuamente.
Pidamos al Espíritu Santo que nos dé un corazón sensato para saber escucharle; que podamos tener la humildad necesaria para reconocernos pecadores. Repitamos en oración esta semana: ¡Danos Señor la Conversión y la fe”.
Isaías 55,1-3; Salmo 144; Romanos 8,35.37-39; Mateo 14,13-21
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