Pbro. Rubén Darío García

Ezequiel 33,7-9; Salmo 94; Romanos 13,8-10; Mateo 18,15-20
Hoy meditamos sobre la regla de la comunidad cristiana practicada desde el origen de la Iglesia católica: “La corrección fraterna”. Jesús indica a sus discípulos la necesidad de corregir a los hermanos y el modo de hacer la corrección.
El Arte de la Corrección Fraterna recorre tres niveles: 1) Se hace una llamada de atención privada al hermano equivocado; 2) si éste no hace caso, se hace la comunicación en presencia de dos testigos; 3) si aún persiste en el error, el caso debe ser presentado en la comunidad. Si el hermano definitivamente no escucha, “será considerado publicano o pagano”.
El acto de corregir es comparable al del centinela que suena la trompeta al pueblo cuando se percata del peligro. Si los habitantes escuchan el sonido de la trompeta y obedecen, salvarán su vida y el centinela habrá sido fiel a su misión. Si el pueblo escucha, pero no obedece, será culpable de su ruina; si el responsable, no suena la trompeta, la muerte del pueblo le será cobrada: Los discípulos de Jesús, en un acto de misericordia, deben tocar la trompeta ante el hermano que se equivoca, alertarle contra el pecado.
Esta corrección fraterna debe ser un acto sincero para salvar, no para juzgar; una intervención prudente, limpia de chismes e hipocresía, porque se debe tratar de avisar, no de herir o dañar al hermano; se trata de amar: “No juzguen y no serán juzgados”.
El profeta Ezequiel expresa la consciencia de la corrección fraterna: “El Señor no se complace en la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ez 18,23). Esta consciencia logra que quien es corregido se sienta amado y este amor transforma.
Nosotros tendemos a reaccionar con violencia ante la corrección, cegados por la soberbia que nos hace impenetrables y nos imposibilita amar a quien nos corrige. Pero Jesús vino a instaurar el Reino de Dios entre nosotros, destruyó la soberbia con la humildad de la Cruz y, por ella, creó nuevas relaciones interpersonales basadas en el amor, la verdad, la justicia y la vida.
Sucede también que señalamos con vehemencia las equivocaciones de los demás sin advertir la natural fragilidad de la persona: Jesús nos enseña: “Por qué te fijas en la pajita que hay en el ojo de tu hermano y no te das cuenta de la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, quítate primero la viga de tu ojo y luego verás bien para quitar la pajita del ojo de tu hermano” (Mt 7,3-5).
Nos urge aprender “el arte de la corrección fraterna” a la luz de la Palabra de Dios. Quien cree en Cristo, posee la libertad para corregir y recibir la amonestación, no se engríe ni se llena de resentimientos porque agradece de corazón y asume un sincero propósito de enmienda: ¿cómo lo estamos haciendo? Renunciemos a la soberbia que nos impone el enemigo.
El amor y la libertad se fortalecen en los límites de la corrección: actuar correctamente, acatar y agradecer al hermano que nos corrija a tiempo y corregir con respeto al hermano para sostenerle, no dejarle caer. El Señor nos dice qué espera de nosotros y nos enseña cómo hacerlo… Porque nos ama.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015