Pbro. Rubén Darío García


Pbro. Rubén Darío García Ramírez
En medio de guiños se comparten expresiones como ¡Manéjese mal para que pase bueno!, ¡El que peca y reza empata!, ¡Si se va a portar mal, ¡me invita!
Es el reflejo de una filosofía de vida que aleja al hombre de Dios, lo hace esclavo de pasiones circunstanciales y lo condena al vacío.
La Palabra de Dios nos enseña a concebir la vida desde otra perspectiva según la cual a quien se maneja bien, le va muy bien. “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, cubre a quien ves desnudo”, entonces, “clamarás al Señor y te responderá; pedirás ayuda y te dirá: Aquí estoy ”. Esta es una filosofía revolucionaria que trasciende lo circunstancial y nos invita a asumir la responsabilidad de las consecuencias de nuestros actos.
A veces nos preguntamos ¿Por qué algunas veces las cosas que hago no dan buen fruto o no llegan a buen puerto? La respuesta es clara: porque esas cosas están marcadas por el pecado (de ambición malsana, envidia, deslealtad, traición, engaño…). La ruptura con Dios hace que nuestras acciones entren en tiniebla con consecuencias nefastas para nosotros y para quienes nos rodean... Y nuestra consciencia, en algún momento, nos confrontará con cada uno de nuestros actos.
El salario del pecado es la muerte. Pero, dice el Señor: “Cuando alejes de ti la opresión, el deseo acusador y la calumnia, cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies al alma afligida, brillará tu luz en las tinieblas”. ¡Cuánta misericordia! Si renunciamos al pecado y reencauzamos nuestra existencia, volveremos a Dios y “romperá nuestra luz como la aurora” porque nuestras obras darán buenos frutos para nosotros y para nuestro entorno.
Quien obra bien y con justicia, brilla en la oscuridad como una luz: ¡No teme las malas noticias, tiene su corazón firme en el Señor; seguro y sin temor! El premio del justo es la paz y la alegría, la fortaleza en medio de las pruebas.
El Evangelio nos nombra “luz y sal de la tierra”. La sal se tiene que diluir para poder dar sabor, se tiene que dejar destruir, desvanecer sus formas y sólo mantener su esencia para poder saborizar. Pero si la sal se volviera sosa, sin esencia, ¿con qué se salará?
Si obramos bien, siempre en la verdad donde nos encontremos, si confesamos a Jesús en medio de quienes lo rechazan, si damos testimonio en todo momento, si nos identificamos como creyentes y vivimos nuestra esencia cristiana, ¡entonces “brillará nuestra luz ante los hombres y los demás verán las buenas obras para que todos puedan conocer dónde está la verdadera felicidad y puedan terminar dando la gloria a Dios!”
Pidamos a Dios la parresía, la valentía, la fuerza para anunciarlo con nuestra vida. Habrá siempre quien se pregunte: ¡Y qué es lo que usted tiene? ¿Por qué ama así?, ¿Por qué es capaz de amar a quien le hace el mal? Y seremos verdaderamente fermento en el mundo, sal y luz de la tierra. Enfrentar este reto nos impone aprender a vivir el verdadero compromiso del amor que Jesús nos enseñó: Buscar activamente que nuestra esperanza y nuestras peticiones se ajusten al Plan de Dios sobre la humanidad. Hacer el Bien para obtener la Vida.
Isaías 58,7-10; Salmo 111; 1 Corintios 2,1-5; Mateo 5,13-16
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