En mi artículo anterior planteaba a propósito de la feria de la SCA 2018 en Seattle, que era imperativo identificar los aspectos hacia los cuales deberíamos enfocar nuestro esfuerzo como productores de materia prima para la industria cafetera considerando que somos los principales generadores de valor en el producto que exportamos. El formato de commoditie y de café certificado, catalogado por Federación como especial, no retribuye los costos de producción. Mencionaba tres aspectos en que debemos concentrarnos: calidad, sostenibilidad y comercialización diferenciada. Solo uniéndolos podremos obtener un producto atractivo, legitimado por su sostenibilidad social y ambiental, y que con gestión comercial llegue a clientes dispuestos a pagar bien para garantizar sostenibilidad económica.
La calidad es el elemento crítico; cafés arábigos lavados, como los nuestros, con tazas sin defectos con diferenciación en el sabor, pueden ser comercializados en mercados de tostadores medianos entre 3 y 4 dólares por libra puestos en la puerta de sus negocios; estos constituyen la base de los especiales y abundan, constituyendo lo corriente del especial. Obviamente si lográramos colocar más café de esta categoría en el mercado, transfiriéndole, en un modelo de valor compartido, al productor reintegros del orden de US1,90 a US2,50 por libra, esto le cambiaría la cara al negocio de muchos. 
Lo que ocurre es que los mercados quieren cada vez cosas más especializadas, sabores más complejos, procesos más sofisticados y tomarse el café que nunca han probado. Esto solo se logra con trabajo científico, manejo genético y procesos para la calidad, que no ocupan un lugar prioritario en la agenda de investigación de Federación. Países africanos y centroamericanos lideran estas tendencias y se puede ver en los paneles de catación cafés resultado de cruces genéticos e hibridaciones, sumado a procesos sofisticados de fermentación y secado que están elevando las puntuaciones de calidad a niveles nunca vistos. Aunque el aseguramiento de la sanidad y el volumen es un objetivo institucional legítimo, la agenda de competitividad del país cafetero debe incluir propuestas vanguardistas que sean lideradas por la institución e implementadas por empresarios, que asuman el riesgo, conscientes de que la competitividad implica apostarle a transformación e innovación que permita ascender en la escala de valor para ubicar a Colombia en el mapa de los cafés de especialidad. Es preferible que los emprendimientos los lidere y asesore Cenicafé, que permitir iniciativas empíricas con materiales de contrabando de los cuales se está llenando el parque cafetero que busca algo de diferenciación. En eso Colombia se está rezagando. 
En cuanto a la sostenibilidad, el escenario global demanda inclusión social y comercio justo. Las grandes compañías tienen departamentos dedicados a estudiar la forma de implementarlas. En la Expo hubo un panel de discusión al respecto con poca asistencia, cuya conclusión fue que la sostenibilidad y la inclusión social debe ir acompañada de calidad, porque los clientes no se fidelizan comprando a una comunidad con una historia muy conmovedora si el café no es bueno. El eterno problema es que la inclusión y la sostenibilidad siguen sin pasar del discurso bonito a los hechos concretos que equilibren la inequitativa distribución del ingreso cafetero. Por tal razón insisto de nuevo, Colombia no debe seguir permitiendo que su sostenibilidad sea certificada por terceros foráneos, que nos imponen sus códigos de conducta, nos cobran por certificarnos, comercializan café con diferenciales importantes y restituyen a los productores ínfimas proporciones de la transacción. En estos días, en un chat cafetero anunciaban la visita de una certificadora de obligatorio recibimiento en las fincas, so pena de descertificarnos si no accedíamos a la inspección. ¿De qué autoridad moral y comercial están investidos para que también nos amenacen?