Rodrigo Alberto Peláez


Soplan buenos tiempos para los precios del café, la bolsa de NY se ha movido por cerca de un año por encima de dos dólares y con la tasa de cambio arriba de 3.500 pesos garantiza precios alrededor de dos millones de pesos por carga lo cual debería cubrir los costos y dejar unos márgenes de utilidad razonables. El asunto es que se han alineado los astros alrededor de numerosas dificultades que tienen la industria ad portas de nuevos retos.
Para empezar, la ola invernal, que va para el segundo año; ha afectado las floraciones y los cuajamientos de fruto lo cual genera disminución en los volúmenes de café por hectárea entre el 25% y el 50%. El año anterior registró bajas importantes, y este año aún más. En zonas altas de la cordillera este es el segundo año en que su cosecha principal de primer semestre se ve afectada con mermas alarmantes. Se estima que desde mayo hasta agosto será mínima la producción. El asunto es que el mal clima impide la floración, incrementa la aparición de enfermedades, la proliferación de malezas y la disminución del rendimiento en las labores lo cual conlleva un incremento en las intervenciones e insumos para controlarlas.
Por otro lado, el efecto de la pandemia, el aumento del precio de los commodities y el petróleo, el crecimiento agrícola de China, la demanda de fertilizantes, le escasez de contenedores, y ahora la invasión rusa a Ucrania, (productores del 40% de las fuentes de fertilizantes), han casi triplicado los costos de abonos y agroquímicos que representaban hace dos años un 10-12 % del costo de producción y hoy representa un 14-17 %. Producir una carga se ha casi duplicado y los márgenes ante tal situación son los mismos del pasado.
La oferta de mano de obra es otro gran problema que debemos enfrentar. Cada vez es más difícil conseguir trabajadores, los jóvenes y las mujeres no quieren estar en el campo, se ha envejecido la población de caficultores, no les sirve ningún salario y enfrentamos problemas de microtráfico e inseguridad en zonas rurales. La informalidad laboral, por la cual hemos clamado soluciones por años, sigue siendo un alto riesgo para los empleadores, crecen las demandas reclamando prestaciones, y ya no se consideran trabajadores por cuenta propia los recolectores. El sistema de seguridad social no ha diseñado modelos flexibles adaptados a la modalidad y la cultura de trabajo en el campo, a la inestabilidad de un personal trashumante, a los extranjeros indocumentados, y a la baja estabilidad en los sitios de trabajo. El sistema carece de herramientas ágiles para afiliar y desafiliar empleados poniendo en riesgo a patronos, trabajadores e independientes. Es tema de todas las campañas y nunca se resuelve.
Las deficiencias en vivienda rural son cada vez más críticas, no hay programas de construcción y mejoramiento en el campo, manejo de residuos y vías, si un campesino quiere casa debe irse a la ciudad. Los candidatos presidenciales proclaman que seamos una fortaleza agrícola, pero existen demasiados factores en contra que incentivan la población rural a abandonar sus predios. Si no hay cambios reales y contundentes desde el gobierno, esas promesas seguirán en lo que siempre han sido, ilusiones de campaña. Cuando el año entrante y el siguiente Brasil vuelva a producir arriba de 55-60 millones de sacos, aquí vamos a volver a precios de un millón de pesos la carga y nos vamos a quedar con los altos costos. Que esta coyuntura no nos cierre los ojos para ver cómo vamos a generar valor para ser sostenibles en el largo plazo cuando llegue la destorcida.
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