Rodrigo Alberto Peláez


No ha sido la línea ideológica de esta columna expresar solo lamentos y cuestionamientos a todo lo que rodea el café. He planteado la problemática, he criticado, pero también he hecho el ejercicio de proponer soluciones con una caficultura innovadora, emprendedora e incluyente que, con esfuerzo, está mostrando resultados en generación y captura de valor para los productores. Pero no por esto, desconozco la grave problemática que atraviesa la actividad que está asfixiando la base del tejido social del campo colombiano.
Escribía hace varias semanas la importancia de que las estrategias globales fueran asumidas por los gobiernos de países productores. La diplomacia internacional debe congregar los actores para socializar con los consumidores del mundo, a través de campañas informativas, la inequidad existente en la cadena de café. El presidente dejó escapar ante la ONU la posibilidad de denunciar la crítica situación de la principal actividad del campo colombiano, dándole gusto al establecimiento hablando de la coca. El café genera 250 mil millones de dólares al año, de los cuales los países productores, reciben entre 18 y 20 mil millones; no existe ningún otro commoditie que reparta tan inequitativamente los ingresos. La solución de esto no es subir 5 centavos la taza en países consumidores, como sugirió ingenuamente (por decir lo menos) Jefri Sachs en el foro mundial de Medellín, para repartirlos entre los productores. Los consumidores ya hacen su parte pagando caro; hay que crear conciencia por redes y medios de comunicación del fenómeno, para generar presión en los intermediarios que reconozcan precios justos y rentables por la materia prima de su negocio.
Protagonistas por fuera del sector productivo cafetero, comercializadores e inversionistas de bolsa, han estructurado un negocio de poder financiero para concentrar riqueza para eslabones intermedios de la cadena, acumulando inmensas ganancias en los últimos años, mientras los productores son cada vez más vulnerables a la volatilidad del precio y las amenazas del clima. Precios por debajo de un dólar, cuando los costos de producción oscilan entre 1,20 y 1,40 centavos por libra, están llevando a los cafeteros a la ruina. No hemos podido construir un mecanismo que contrarreste la volatilidad de precios del contrato C de Nueva York, el cual reacciona a información, como el clima o predicciones de cosecha, en el afán de tomar rápidamente ganancias para poseedores de contratos. La inversión en papeles causa estragos en la economía productiva, ya que el café, por ser un cultivo perenne, no tiene capacidad de regular la oferta al vaivén de las oscilaciones de precio del mercado, ahogando los productores, quienes además de los riesgos propios de una actividad dependiente del clima, debemos asumir los relacionados con la especulación.
No parece que la industria esté muy preocupada por la situación de los productores; al contrario, están felices comprando barato para asegurar suministros futuros a buen precio. Mientras la oferta mundial de café siga creciendo, y nosotros enviando el mensaje al mercado de que estamos jodidos, pero que tranquilos que vamos a sembrar más café, esto no tiene como cambiar. Los países productores desde sus gobiernos e instituciones cafeteras deben diseñar e implementar una estrategia global que regule la oferta en el mercado si queremos que los poderosos actores sientan alguna amenaza en el suministro de materia prima.
Las acciones deben crear conciencia colectiva de justicia social y sostenibilidad, tan de moda hoy, presionar a las marcas para que revelen en forma transparente como están remunerando a 25 millones de productores del planeta que viven en la línea de pobreza. El reto va más allá de las acciones de productores e instituciones. Es el momento de que una estrategia global trabaje en cambiar la realidad del mercado más inequitativo del planeta.
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