Ricardo Correa


Ayer, 24 de junio, oficialmente Colombia registraba 75.000 casos de covid19 y Venezuela 4.500. Han fallecido aquí 2.400 personas y allá 35. Pareciera haber un error en las cifras del vecino, pero son las registradas por las entidades internacionales que llevan los registros mundiales, como por ejemplo la Universidad John Hopkins. Las razones para los bajos números de Venezuela son la mentira oficial, lo que nadie pone en duda y, algo más grave, que la pandemia apenas está despegando en el vecino país, temiendo los expertos que su plena manifestación sea catastrófica.
En cuanto a la información, es común que muchos enfermos con trastornos respiratorios nunca sean evaluados por posible coronavirus, así como que muchos muertos sean presentados con causas diferentes. El gobierno es el único que hace pruebas, impidiendo a los hospitales privados realizarlas, pero el número de exámenes es muy bajo y no se aplica masivamente la prueba PCR, la más fiable, sino los test rápidos de sensibilidad limitada. Médicos, epidemiólogos y periodistas que escarban un poco más y quieren cifras verdaderas corren el riesgo de ser perseguidos y hasta encarcelados por el régimen.
Como está sucediendo en otras partes del mundo, por ejemplo África, las regiones y países con menos flujo de relaciones internacionales han tenido un despertar tardío y lento del virus, pero una vez se asienta en sus territorios comienza a esparcirse dramáticamente. Por eso los países más pobres apenas empiezan a transitar el calvario. Para Venezuela, los epidemiólogos estiman que el pico podría llegar entre julio y septiembre.
Por ahora se han decretado estrictas cuarentenas. Pero, al igual que aquí, las necesidades de una buena parte de la población y la indisciplina social han provocado que estas medidas sean una contención parcial; los atiborrados mercados populares de Petare en Caracas y las recientes fiestas de San Juan en el estado Vargas lo demuestran. La extrema pobreza de los hospitales y la falta grave de insumos y equipamiento para las unidades de cuidados intensivos hacen temer lo peor para los próximos meses. El personal de salud que se ha contagiado por falta de material sanitario recibió de Maduro esta respuesta en su programa de televisión: “Es inaceptable que el personal sanitario se contamine”… “Están los guantes, las batas, los tapabocas, los lentes. Están los protocolos de cómo se ponen las protecciones, de cómo se quitan las protecciones”. “No acepto ese tipo de debilidades en la disciplina”.
Para completar, justo ahora, no hay agua. El país entero se ve sometido a cortes diarios de agua y de electricidad. Y está la impensable falta de gasolina, como si aquí se acabara el café para el tinto, que afecta gravemente al personal de salud en su transporte a sus lugares de trabajo.
Pasar la pandemia en Venezuela se hace mucho más duro, pues la hiperinflación no se detiene, y eso que ya todo se mueve en dólares, muchos de estos vienen del lavado y actividades criminales. Ingresos del tercer mundo con precios del primero. La paradoja es que se consiguen muchos más artículos de primera necesidad en este momento, pero ¿quién los puede pagar?
A Maduro y Diosdado lo que les quita el sueño en este momento no es el covid19, es Alex Saab, pues una eventual extradición a Estados Unidos y su colaboración con los norteamericanos dejaría más que claro que en Caracas reina una banda de forajidos. Y esto movería aún más al régimen a ser insostenible.
No se nos puede olvidar, ni por un segundo, que todo lo que pase allá tiene serios efectos aquí.
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