Como tanta gente, mis energías de estas dos últimas semanas han estado enfocadas en buena medida a informarme de todo lo que está pasando en este paro nacional y a procurar entender sus manifestaciones, así como a pensar en las posibles soluciones a todo este malestar, violencia, caos y pérdida.
Lo que ocurre involucra una gran cantidad de fenómenos, dimensiones y realidades, que es totalmente imposible ventilarlas todas en una columna. Incluso, no creo que exista una sola persona, un solo analista, un solo actor político, que alcance a captarlas todas y tener una solución, empezando porque no hay una sola solución, hay muchas cosas que se requiere hacer, empezando por la manera como pensamos todo esto.
Con la violencia desatada desde el primer día del paro, la que ha venido de múltiples fuentes, nuevamente vino a mi mente ese portentoso libro El Nombre de la Rosa, de Umberto Eco. En un pasaje, el personaje principal, el monje franciscano Guillermo de Baskerville, habla con su ayudante, el novicio benedictino Adso de Melk, sobre los vándalos medievales, quienes asolaban los caminos de Europa, sembrando el terror, la destrucción y la muerte. En el año 1327 le dice lo siguiente – ruego leer la siguiente cita con un gran empeño de entendimiento y la capacidad de situar esta reflexión en estos días.
Esto le explica Guillermo a Adso “…los leprosos, excluidos, querrían arrastrar a todos a su ruina. Y cuanto más se los excluya más malos se volverán, y cuanto más se les represente como una corte de lémures (engendros maléficos), que desean la ruina de todos, mas excluidos quedaran. San Francisco lo vio claro; por eso lo primero que hizo fue irse a vivir con los leprosos. Es imposible cambiar al pueblo de Dios sin reincorporar a los marginados.”
“Durante siglos, mientras el papa y el emperador se destrozaban entre sí por cuestiones de poder, aquéllos (los leprosos) siguieron viviendo al margen. Al decir “leprosos” debemos entender a los excluidos, pobres, simples, desheredados, desarraigados del campo, humillados en las ciudades…. En cuanto a estos (los herejes), hasta tal punto los cegaba el hecho de su exclusión que realmente no tenían interés por doctrina alguna...Las herejías son siempre expresión del hecho concreto de que existen excluidos…Y en cuanto a los leprosos, ¿Qué quieres pedirles? ¿Que sean capaces de distinguir lo correcto y lo incorrecto que puede haber en el dogma de la Trinidad o en la definición de la Eucaristía? ¡Vamos, Adso! Estos son juegos para nosotros, que somos hombres de doctrina. Los simples tienen otros problemas. Y fíjate en que nunca consiguen resolverlos. Por eso se convierten en herejes”
Nuevamente ruego al lector, volver a leer con detenimiento la cita anterior. Esta sabiduría monacal y medieval nos da luces para ver el fondo de lo que nos pasa en este justo momento. Setecientos años después continuamos con millones de excluidos. Todos los hemos visto, los vemos todos los días. Los herejes, llenos de odio hacia esta sociedad excluyente, recurren a la violencia clamando venganza, revancha. Los papas y emperadores de hoy conservan sus cortes llenas de boato y lujo, con los privilegios que no quieren…o que no queremos perder.
En cuanto a los desadaptados, quiero confesar que siempre me ha molestado mucho la utilización de este término, pues generalmente quienes lo usan lo hacen desde sus posiciones de poder, comodidad y privilegios. Además, ¿será que no hay motivos para estar desadaptados a esta sociedad enferma e injusta? Al respecto, el gran sabio del siglo XX, Jiddu Krishnamurti, nos dice: “No es signo de buena salud el estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”. También ruego leer varias veces esta cita y reflexionar en ella.
No creo en soluciones mágicas y totalizantes para esta trágica coyuntura. Esos grandes pactos que se anuncian desde todas las orillas terminan siendo quimeras que desvían de las reales soluciones. Creo más en respuestas prácticas, reales, a los problemas que enfrentamos. Empezando por la inaplazable obligación de que desaparezca la violencia.
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