Lo vemos todos los días en televisión: la catástrofe ambiental sigue su ritmo ascendente año tras año. Las noticias que llegan de Europa son escalofriantes, incendios de miles de hectáreas en Portugal, España y Grecia. Las altas temperaturas dejan cantidades de muertos; en Portugal han fallecido más de mil personas a consecuencia del calor. En Inglaterra el termómetro marca 40 grados, como nunca en toda la historia. En contraste, en Colombia las lluvias están causando tragedias por todas partes. La lista de los daños ambientales, por aire, tierra y agua, es perturbadoramente inmensa.
Mientras tanto, seguimos engolosinados comentando la elección del nuevo presidente, con lo que hizo o no hizo en el día Petro, expectantes del nombramiento de ministros y funcionarios, y de ver qué pasa con el Congreso y que si fulano o zutano presidirá el senado o la cámara. Los políticos, a pesar de lo que dicen de dientes para afuera, incluso, a pesar de tener el tema ambiental entre sus prioridades, están atrapados en el remolino del poder, el cual los va cargando de estupidez con sus giros concéntricos. Las empresas, la gran mayoría, dedican sus fuerzas y recursos a ver como ganan más dinero, especialmente las más grandes, y la sacrosanta palabra es crecimiento, un crecimiento que no puede parar. A ratos, hacen algo de demagogia ambiental, pero no pasa de ser una anécdota, un maquillaje que pretende tapar las cicatrices que van quedando del daño causado. Y como sociedad e individuos seguimos viviendo de una manera que ya no es posible, como se dice hoy, no es sostenible. Siguen dominando nuestra mente y manera de vivir las nociones de éxito económico, de ganancia, de acumulación de bienes de todo tipo. La austeridad no es un valor social, es más bien algo excéntrico que encarnan monjes y anacoretas. La justa aspiración de la ampliación de la clase media, aunque sigue siendo válida, termina en la construcción de una poderosa máquina depredadora. Esta nueva clase media llega con un condicionamiento cultural muy fuerte por un consumo desaforado. Nuestra relación con lo material es de uso y desecho. Ese uso es el que da prestigio social y la sensación de bienestar.
¿Podrá parar esta máquina infernal de consumo y destrucción? Miremos dos ejemplos notorios. El plástico representa la mayor paradoja de nuestro tiempo: sin él es imposible nuestra vida cotidiana, impensable; pero al mismo tiempo representa un desafío ambiental de proporciones colosales. Según la OCDE se producen al año en el mundo 460 millones de toneladas de plástico, de las cuales apenas el 9 % es reciclado, el 12 % es quemado y 81 % queda a la deriva en la tierra, los ríos y mares. En el Océano Pacífico existe una isla de plástico que mide 1.400.000 kilómetros cuadrados ¡más grande que Colombia! El mundo se ahoga en plástico, pasamos de 2 millones de toneladas producidas en 1950 a 460 millones el año pasado. Por otro lado, la industria textil y de la moda ha tenido un crecimiento exponencial en las últimas décadas, con una división mundial de la producción infame, que deja migajas y brutal contaminación de fuentes de agua y tierra en países pobres y ganancias y glamur en los países ricos. Los ríos de Asía mueren por cuenta de las marcas más prestigiosas de ropa, siendo la moda rápida el más temible asesino ambiental.
Sin duda, todo esto puede cambiar. El grave problema es el tiempo, tenemos muy poco y el daño sigue produciéndose. Cuatro actores son los responsables del cambio: el Estado, que tiene la obligación de hacer primar lo ambiental, por mera supervivencia humana. Las empresas, que tienen que cambiar su ánimo permanente de lucro por una verdadera responsabilidad con la sociedad, no a través de la pantomima que es hoy la ‘responsabilidad social empresarial’, sino un cambio en toda la producción. La ciencia y la tecnología, volcadas a resolver los verdaderos males de la humanidad, por ejemplo con las miles de iniciativas en curso para modificar el cambio climático. Y por último, la sociedad y los individuos, con una transformación total en su manera de vivir. La psicología del poder, el prestigio y el consumo tiene que modificarse radicalmente y debe reivindicarse una manera sencilla de vivir. Una nueva forma de producir y consumir tiene que emerger, el capitalismo actual nos está matando y de paso a toda la vida del planeta.
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