Fue el presidente conservador Rafael Reyes (1904-1909) quien dio los primeros pasos en la profesionalización del ejército en Colombia. A él se le reconoce como el promotor de la carrera militar. Antes, durante el siglo XIX y hasta el fin de la Guerra de los Mil Días (1899-1902), las fuerzas armadas se movían fácilmente entre lo público y lo privado, pues unas veces obedecían al presidente y otras a un político o gamonal insurrecto. Los ‘generales’ eran ante todo grandes hacendados que cuando decidían hacer la guerra echaban mano de sus siervos y esclavos como infantería de vanguardia. Así se pelearon todas las guerras civiles del siglo XIX. La Guerra de los Mil Días representó una transición de esta forma feudal de guerra a la violencia guerrillera del siglo XX.
Los últimos 110 años han sido entonces un período de evolución y maduración de las relaciones entre el poder civil y el militar, buscando la sujeción de quienes portan las armas del Estado al mando civil electo en democracia, y en últimas a la dinámica política de la democracia. La norma constitucional ha sido el referente de estas relaciones, básicamente imponiendo límites a los militares.
La agria controversia entre el candidato y senador Gustavo Petro y el comandante del ejército Eduardo Zapateiro hay que entenderla en el contexto de estas relaciones. Colombia es un Estado a mitad de camino, y las relaciones entre el mundo civil y el militar también están en esta etapa. En el África, la precariedad del Estado hace posible que cualquier día un coronel se rebele y dé un golpe de Estado. En el otro extremo, en Europa y Norteamérica, la posibilidad de un levantamiento militar no cabe en la mente del más fantasioso y no trascienden disonancias entre políticos, gobernantes y militares. En Colombia es bien remota posibilidad de un golpe de Estado, pero las Fuerzas Militares sí intervienen en la dinámica política, así no parezca; este rol es facilitado en muy buena medida por la permanente guerra que hemos vivido y que se resiste a abandonarnos.
En esta dinámica hay unos alineamientos que es bueno hacer explícitos, y que rara vez se mencionan. La mentalidad militar está en plena coincidencia con la derecha. Hay preceptos básicos que están impresos como improntas en ambos colectivos: disciplina, orden y jerarquía; y a veces coinciden también en autoritarismo. Pero la política de los civiles se mueve con un número mayor de coordenadas: el cambio se contempla permanentemente como posible, así como modificaciones del poder establecido y la perspectiva de una sociedad diferente, que rompa es statu quo. Sin duda, esta situación hace que militares y conservadores, en el sentido ideológico del término, hagan ‘buenas migas’, mientras que la relación de los uniformados con quienes tengan perspectivas liberales de la sociedad son más tensas y difíciles.
La situación de violencia desbordada hace 20 años facilitó, y de qué manera, la llegada de Álvaro Uribe a la Presidencia, y este hundió el acelerador al máximo para ideologizar, aún más, a la Fuerza Pública, y en últimas a toda la sociedad, en un proyecto conservador y autoritario, que perdura hasta hoy. Este es el contexto de este incidente, el cual es apenas la punta del iceberg de un fenómeno mucho más sólido y estructural que la mera coyuntura.
La sociedad colombiana tiene que estar agradecida con la fuerza pública por su rol como protector del orden civil; sin ellos estaríamos en una jungla de violencia más allá de todo lo conocido. Este estamento es pilar fundamental del contrato social. Pero esto no puede significar que debamos ser indulgentes con los abusos que han cometido, y que se siguen cometiendo desde los armados del Estado. La lista es muy larga: la matazón de la UP, torturas, asociación con paramilitares y narcotraficantes, violación de Derechos Humanos, corrupción, y las heridas más recientes: los falsos positivos y la violencia policial contra ciudadanos.
Estamos a mitad de camino y falta mucho por andar.
Nota: ¿Cómo explican el Pacto Histórico y Petro la llegada a su campaña de un forajido de la política como Julián Bedoya? ¿Acaso no saben que entre sus múltiples fechorías está la de corromper a la Universidad de Medellín para comprar su título de abogado, cuando no pasa de ser un ignorante redomado?
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