Ricardo Correa
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Todos conocemos la expresión ‘nuevo rico’, la que señala a aquel que en un corto, tal vez cortísimo periodo de tiempo logra mejorar sustancialmente su condición económica y cuenta ya con una capacidad adquisitiva y de consumo que antes no conocía. Y que, esto es lo que lo distingue, a partir de estas nuevas posibilidades exhibe su realidad a través de la ostentación, la arrogancia, un consumo algo grotesco, cierto ánimo desafiante hacia los ricos de antes y muchas veces desprecio por los pobres. En Colombia hay dos maneras muy conocidas para dar esos tremendos saltos patrimoniales: el narcotráfico y la corrupción. Pero también una gama amplia de actividades, algunas legales como el comercio y otras ubicadas en una zona gris entre lo lícito y lo delictual.
Lo anterior no quiere decir que los viejos ricos, o los ‘ricos de siempre’, estén llenos de virtudes y sean siempre ejemplo para la sociedad. Algunos tal vez, pero muchos no son propiamente dechados de virtudes y más de un pecado esconden en sus estados financieros. También los ricos de siempre han contribuido a perpetuar una sociedad elitista y excluyente. Aunque las cosas están cambiando. La ampliación en la cobertura de la educación superior, una mayor dinámica en el comercio y la nueva economía digital están produciendo cambios en la estructura social y económica como nunca antes, pero el rezago sigue siendo grande y sectores amplios de la población siguen marginados.
Pues bien, en la política y el poder estatal también se presenta el fenómeno de los nuevos ricos, que no exhiben su patrimonio, pero sí sus cargos e influencias. Aunque puede suceder que nuevos cargos lleven a nuevo patrimonio. El caso más elocuente de este fenómeno es Venezuela, con un cambio de élite política casi que absoluto en las últimas dos décadas, con resultados pavorosos, devastadores para toda la población y las condiciones del país. La dirigencia venezolana antes del chavismo estaba corroída por una corrupción abismal, de la mano de una discriminación social muy fuerte. Pero lo que llegó resultó más corrupto, desvergonzado, grotesco y delictivo. Esta nueva élite política es la que ha llevado al vecino país a una situación calamitosa en términos humanos, de la que tenemos todas las evidencias posibles.
La llegada de Gustavo Petro a la Presidencia y la consolidación de una bancada sólida y numerosa en el Congreso por parte de sectores alternativos y de izquierda, como nunca en la historia, representa un cambio muy fuerte en el balance del poder político. En el plano programático tal vez parecido al arribo al poder de Alfonso López Pumarejo en 1934. El cambio que estamos experimentando lo requería el país, aunque esto no necesariamente signifique que todo será bueno, el balance que se haga en cuatro años con seguridad mostrará aciertos y errores. Es un cambio que se requería por la necesaria alternancia que se debe dar en una democracia, independientemente de los resultados.
Volviendo a los nuevos ricos, se siente desde el triunfo de Petro y se hace cada vez más evidente, una actitud de nuevos ricos del poder en buena parte de su bancada parlamentaria y en miembros visibles de ese enorme equipo que será el nuevo gobierno. Un tono prepotente, arrogante y desafiante aflora de cuando en cuando, como enviando el mensaje de que “llegamos los predestinados a conducir el país por la senda correcta”, con un tufillo de superioridad moral. Sin duda, esta actitud no es la mejor consejera para el durísimo trabajo que se les viene por delante y las muy delicadas decisiones que tendrán que tomar. Gustavo Bolívar es un buen ejemplo de este tono cuando responde en twitter a alguien que lo criticó y le dice “miserable frustrado”, haciendo alusión implícita a la propia fortuna económica de Bolívar y su poder político. En sentido contrario, es de admirar la serenidad y compostura con que se conduce el nuevo ministro de hacienda José Antonio Ocampo.
Todo lo anterior no quiere decir que los viejos ricos del poder en Colombia sean mejores o virtuosos, todo lo contrario, ese viejo establecimiento está podrido, no es ejemplo de nada. Pero esto no autoriza a que quienes estrenan poder se envanezcan y se comporten como nuevos déspotas. Ojalá conserven la cordura, la sencillez y la capacidad de escuchar.
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