Desde siempre hemos conocido el dicho ‘la moda no incomoda’ en referencia a que por estar a la moda se pasan por alto incomodidades e inconvenientes que pueda tener la prenda de vestir. Pero hoy el dicho ha dado un giro de 180 grados pues los daños que está produciendo la industria textil y de moda son devastadores: es responsable del 10 % de las emisiones de CO2 a nivel global – por encima del transporte aéreo; expulsa el 20 % de las aguas residuales del planeta; ha contaminado de manera grave centenares de ríos de Asía, siendo el más notorio el Citarum en Indonesia, el más contaminado del mundo – los ríos afectados por contaminación textil en Asia tienen niveles 100 veces más altos de tóxicos que los ríos europeos. Y en lo social y económico ha permitido sistemas de producción que explotan de manera grave a los trabajadores y ponen en aprietos a muchos empresarios en países donde se confeccionan las prendas.
En 2013 se hicieron visibles mundialmente las malformaciones de la cadena productiva textil con el derrumbe del edificio Rana Plaza en Dacca, capital de Bangladesh. Allí murieron 1.134 trabajadores que confeccionaban prendas para marcas de nivel mundial como H&M, Benetton, Primark, Mango, Zara y Adidas entre muchas. El edificio tenía serias fracturas estructurales, el hacinamiento era brutal, las condiciones higiénicas lamentables y la paga de explotación.
Despuntando el siglo XXI se afianzó la industria de la ‘Moda Rápida’ o Fast Fashion, la cual produce prendas de moda a precios moderados. Se generó toda una revolución en el sector y el consumo se incrementó de manera sustancial. Del año 2000 a hoy la producción se ha duplicado; en este momento se confeccionan a través de las marcas dominantes 120.000 millones de prendas al año, lo que nos daría un promedio de 15 prendas por habitante del planeta, pero sabemos que la gente pobre en vastas regiones del mundo no se puede dar el lujo de comprar ropa, lo que implica que la clase media mundial está comprando cantidades exageradas de ropa. La moda rápida genera la ilusión de prendas muy baratas, pues sus precios son a veces ridículos para un consumidor europeo o norteamericano, pero esto esconde un secreto: el precio real se paga en otras partes del mundo, lo pagan trabajadores explotados y un medio ambiente arrasado.
Ahora bien, como muchas personas compran demasiada ropa, en una verdadera adicción, tienen que botar la que no se ponen para hacerle espacio a la nueva. El resultado es que el 40 % de las prendas que se desechan en países como Inglaterra o Alemania están totalmente nuevas, con la marquilla incluida. ¿A dónde va esta ropa? A gigantescas plantas de reciclaje que apenas pueden recuperar un 5 % para la venta; casi toda se exporta a los países pobres de Europa Oriental y allí algo se vende como ropa, pero buena parte se usa para quemar en invierno en chimeneas de los más pobres. Una consecuencia de esto es el envenenamiento del aire por las fibras sintéticas y los químicos tóxicos que contiene la ropa quemada.
Para agravar el problema la moda rápida está siendo reemplazada por la moda ultra rápida. Esta nueva industria se mueve solamente por las redes sociales, básicamente Instagram, donde los influenciadores son la principal fuerza de ventas; marcas como Missguided y Boohoo mandan la parada. Se pasó de las 4 colecciones al año en el modelo clásico a 24 en la moda rápida, y 52 en la moda ultra rápida. Los jóvenes son los clientes por excelencia de este fenómeno enfermizo.
En esta nueva malformación social hay responsabilidades de todos: las empresas de confección por acción u omisión causan un daño ambiental brutal en muchas partes del mundo, pagan muy poco por sus insumos y realizan una invitación permanente a consumir y consumir. Los compradores están poseídos de un delirio de poseer más y más ropa, ganando una falsa felicidad, pero inconscientes del daño que hacen con su armario abultado. Los gobiernos se hacen los de la vista gorda y no quieren poner límites, pues restricciones al crecimiento empresarial y precios más altos son vistos como enemigos del progreso y el empleo. Pero este progreso nos está matando.
Que no se piense que este fenómeno es lejano, solo basta mirar de dónde viene la ropa que usamos.
¿Cuánta ropa necesitamos de verdad?
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