La primera vuelta presidencial es historia. Va en proceso de olvido, pero vale la pena unas notas sobre ella, más allá del lugar común del momento: afirmar que triunfó el deseo de cambio sobre el continuismo. Esto es verdad, pero no indagar más profundo es perder la oportunidad de penetrar en lo que somos realmente como sociedad.
Rodolfo Hernández es un fenómeno político único, no tiene discusión, si llega a la presidencia su triunfo sería el más atípico en por lo menos un siglo. Ahora, de un candidato atípico hay que esperar una presidencia atípica, y no necesariamente para bien. Su éxito revela la inmadurez de nuestra psicología social, colectiva: queremos un ser con un poder descomunal, de Hércules, que venza a todos los que identificamos como enemigos o malignos, y que haga el trabajo que nos corresponde a todos. De alguna manera, se repite el estado anímico de 2002, cuando se le dio todo el poder a Álvaro Uribe para que defendiera a la sociedad de la guerrilla. En ambos casos funciona el pensamiento mágico colectivo. Petro no se escapa, pues prometiendo el oro y el moro genera expectativas irracionales en millones de personas que confían en que el candidato opere su acto de magia para que todo cambie. Esta es una dinámica en que ambas partes, candidato y votantes, comparten responsabilidades. Así no maduraremos como sociedad.
Estupor me produjo la reacción de muchos votantes de Fico, pues sin reparar en la pérdida de su candidato ya celebraban con euforia el triunfo de Rodolfo. Las redes sociales se llenaron de manifestaciones de alborozo, pues las matemáticas parecieran anticipar la victoria del Ingeniero ante Petro. Ni un segundo para cuestionarse la condición personal y la pobreza política de Hernández. Puede ser el Diablo, pero si vence a Petro, no hay problema. Como cuando Carlos Castaño recibió la simpatía de tanta gente, pues era el salvador ante la amenaza de las guerrillas. Y no es que Petro no sea problemático, lo es y mucho, pero lo que me causa tanto asombro es que no haya un atisbo de crítica ante Hernández.
Rodolfo Hernández tiene un postulado único: una guerra santa contra los corruptos, una cruzada contra lo que llama la ‘ladronada’ y la robadera. De ahí se desprende todo, o mejor, hasta ahí llega. Ahora, con un poco más de sofisticación, y apremio, sale a plantear cosas nuevas, como los 20 puntos que lo diferencian de Uribe, pero que se le ve impostado, artificial. Si se siguen con atención sus actuaciones de campaña, y las anteriores, puede llegar a la conclusión de que sus condiciones personales, la estructura de su personalidad, no son recomendables para dirigir a Colombia. Es un narcisista autoritario, dispuesto a arrasar con todo lo que lo incomode en el camino, y ahí va la institucionalidad colombiana, ese intangible que parece inexistente, pero que opera en la vida diaria con más fuerza de lo que pensamos, y que por incompleta que sea, su ausencia sí es el caos total. Por último, el Ingeniero está acusado por la fiscalía y tiene pendiente un juicio por un monumental acto de corrupción en contratación estatal, las pruebas que son públicas lo dejan mal parado. Gran contradicción.
Al voltear la mirada a Petro también encontramos motivos de profunda preocupación. Su personalidad también es narcisista, autoritaria y tremendamente conflictiva. Algo que opera para los dos: la persona sí importa y mucho, no todo son programas. Pero Petro también enciende fuego con muchas propuestas, es una especie de pirómano programático. Su arrogancia le ha impedido calmar las aguas, pudiendo hacerlo, pero para esto tendría que desprenderse de su autoimagen de mesías.
En este momento la campaña está tremendamente reñida, cualquiera puede ganar, por lo cual celebro que personas idóneas y decentes, que han trabajado en el gobierno, y que tienen posturas que contribuyen a la estabilidad, entren a las dos campañas. Lamento profundamente el portazo que le dio el Ingeniero a Fajardo y sus compañeros, el que pierde es el país. Me agrada que personas como Alejandro Gaviria, Rudolf Hommes, Mabel Lara e Iván Marulanda hayan llegado donde Petro. Por último, para generar contrapesos y contenciones al próximo presidente, toda la institucionalidad estatal tendrá que estar en forma y alerta, así como el periodismo, los mecanismos de control político y de veeduría ciudadana.
Me siento incapaz de votar por Rodolfo Hernández, y no me alcanza para votar por Petro. En ambos casos presento una objeción de conciencia. Votaré en blanco.
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