Hace dos meses, justo después de que se lanzara la candidatura de Alejandro Gaviria - AG, todo parecía prometedor para el centro político, daba la impresión de que se ‘creaba valor’, pues el prestigio, ejecutorías y pensamiento del exministro llegaban a robustecer esta orientación de cara a la próxima elección presidencial. Gaviria entraba a sumar. También era evidente que solo podría llegar un candidato a la primera vuelta, lo que obligaba a una consulta previa, y que los precandidatos eran conscientes de esta condición, que la lección de 2018 estaba aprendida. Y por último, que lo más probable era que el candidato definitivo sería Sergio Fajardo o Alejandro Gaviria.
Pero tal vez no era posible tanta belleza y las cosas empezaron a enredarse. La Coalición de la Esperanza – CE, exigió a Gaviria que para poder hacer parte de esta iniciativa debía dejar claro que no era el candidato de Cesar Gaviria, el Partido Liberal y lo que estos dos han representado los últimos veinte años en la política colombiana. Esto ocasionaría que, al entrar a la CE sin respaldos más allá de su nombre, Alejandro Gaviria perdería fuerza y visibilidad, y pudiera desvanecerse su candidatura. Por esto último, AG ha tenido hasta ahora como precepto estratégico hacer músculo con el Partido Liberal y otros posibles aliados para llegar fuerte al pulso final dentro del centro. Sin embargo, la pregunta central es ¿cuándo será ese pulso? ¿En una consulta o en la primera vuelta? Si es en consulta el tema probablemente está resuelto y salvado, si es en primera vuelta es el camino a la perdición.
Cabe algo de razón a las dos posturas antagónicas que hoy se presentan en el centro. Es válido que la CE demarque unos límites de cómo y con quién hacer política, porque aceptar al Partido Liberal en pleno implicaría hacer campaña con algunos forajidos de pasado oscuro y hasta tenebroso, y si la alianza incluye a Cambio Radical la cosa empeora. Pero también le cabe razón a Alejandro Gaviria, pues generar severas restricciones a la amplitud de la posible alianza de centro es correr el riesgo de quedarse en buenas intenciones y no tener efecto real en la posibilidad de lograr la presidencia. Si no hay negociación y si no se logra un acuerdo que permita un solo candidato, todos los involucrados serán responsables de la derrota. Por un lado Alejandro Gaviria no puede ser el Caballo de Troya del rancio liberalismo corrupto y clientelista para conservar el poder; y por el otro, la Coalición de la Esperanza está en la obligación de inspirarse en los regímenes parlamentarios europeos para consolidar al centro a través de una negociación, por ejemplo como está ocurriendo en Alemania para la formación del nuevo gobierno, negociación que involucra a socialdemócratas, verdes y liberales. Humberto de la Calle tiene todas las credenciales para echarse este proceso al hombro.
Es bueno anotar que desde hace un buen tiempo las encuestas han señalado que el segundo candidato preferido por los colombianos para las elecciones del año entrante es Sergio Fajardo, y mientras esto siga siendo así algo debe indicar. Que no sea que por un pulso de poder entre los candidatos y voceros de esta parte del espectro político, al que muchos le apostamos, se condene al país al desastroso gobierno de un populista narciso como es Petro, a un gobierno de derecha excluyente, sordo y autoritario, o en últimas al mismo establecimiento corrupto y mezquino de siempre. En 1946 el Partido Liberal llegó dividido a las elecciones y ganó el Partido Conservador, ya sabemos lo que vino después, La Violencia. A propósito de este hecho histórico, nunca se responsabiliza a Gaitán de esta derrota y se ignoran las serias credenciales que tenía Gabriel Turbay para haber sido el presidente; Turbay era un liberal progresista y social. Sergio Fajardo y Alejandro Gaviria no pueden repetir esta historia.
Valiosa la iniciativa de Ruddy Hommes de generar un movimiento de opinión que obligue, que compela a todo el centro político a llegar unido a la primera vuelta. Tenemos que ahorrarnos una frustración más. Qué pesadilla sería tener que soportar cuatro años de un gobierno que puede resultar muy dañino, bien sea de derecha dura o de izquierda dura, o de la misma corrupción y clientelismo de siempre. El centro se tiene que unir.
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