Creo que no. A lo sumo muy poco.
El mes largo que acaba de pasar ha sido uno de los más duros y traumáticos que ha vivido el país en sus últimos cincuenta años. Los paros cívicos del pasado palidecen ante la protesta social que arrancó el 28 de abril y que está ya en sus estertores. Incluso el mítico Paro Nacional de 1977 se le queda corto.
Todo parece ir quedando atrás. La fuerza arrolladora, el huracán tempestuoso, la furia del ciclón pasaron. Se puede empezar a hacer un inventario de lo vivido, y si somos serios y honestos, valerosos y responsables, sacar enseñanzas del paro, de la protesta, y de la violencia desplegada por tantos y sufrida por todos.
La protesta y marcha diaria de millones de personas, a lo largo y ancho del país, fue la exteriorización de un malestar que llevaba mucho tiempo, años, incubándose, acumulándose. Vivir en sociedad implica unos equilibrios básicos, y la ausencia de estos termina creando trastornos como el vivido. Si la mitad de la población tiene carencias materiales graves, y por el otro lado una minoría está llena de privilegios; si la falta de los servicios más elementales en las comunidades, como agua potable, alcantarillado, salud oportuna y educación pertinente, se opone a un Estado básicamente ladrón, cínico, perezoso e indolente, tarde que temprano aparecen la fiebre y el escalofrío, y es todo el cuerpo quien sufre, es toda la sociedad la que padece.
Lo que acaba de pasar es un síntoma, no es el mal en sí mismo. Debemos comportarnos como los más agudos médicos, sabiendo que los síntomas informan de la existencia de algo más profundo, del mal verdadero. Sin duda, hay síntomas que hay que controlar, pues por más que informen de una dolencia oculta, por sí solos tienen la capacidad de matar al paciente. Si la fiebre sube más de la cuenta tiene efectos letales. Así la violencia, el vandalismo y los bloqueos sean básicamente una muestra de un trastorno y un malestar social profundos, su manifestación es en sí misma dañina, perversa e inaceptable. Y puede matar al paciente. En esto no nos podemos confundir, no podemos correr el riesgo de que nos mate la fiebre. Pero tampoco podemos perder la perspectiva de que hasta las peores manifestaciones del paro son síntomas externos de un daño muy serio en nuestro tejido social, de una enfermedad del alma colectiva.
Si aprendimos algo, debemos emprender muchas tareas concretas y tangibles. Solo cinco como ejemplo. Lo primero es lo primero: el hambre. Un propósito nacional tiene que ser que nadie sufra hambre. Hay que hacer todo lo que sea necesario para garantizar la alimentación. Los gobernantes de todos los niveles tienen que demostrar su competencia, su seriedad. Dos: hay que inventar oficios pertinentes y útiles para que millones de jóvenes trabajen. En estos dos puntos se puede volver a beber en las fuentes del New Deal del presidente Roosevelt de Estados Unidos hace 90 años. En últimas, atravesamos una gran depresión. Tres: construir un sistema fiscal y tributario serio y justo. En Colombia hay millonarios y billonarios que lo que pagan es risible o incluso no pagan. Es un abuso pedir esfuerzos fiscales a la clase media y a los pobres a través de impuestos indirectos, cuando los más ricos le hacen el quite a los impuestos directos; y para colmo el gobierno premia a las empresas sólidas y robustas con beneficios innecesarios no pedidos. Los países miembros de la OCDE pagan en promedio en impuestos el 34 % del PIB, aquí el Gobierno recauda el 13 %, monto totalmente insuficiente para todas las necesidades que hay que cubrir. Y los más ricos sin pagar.
Cuatro: es urgente realizar un cambio drástico en la Policía. Lo visto en el último mes es indignante y escandaloso. Una parte de los policías no parecen protectores del ciudadano sino un cuerpo déspota y tirano que ofende y agrede cuando y como le da la gana. Hay que recuperar un principio sagrado: la contención. La quinta tarea tiene que ver con acabar con la captura del Estado por cofradías y combos en las tres ramas del poder público, en todos los rincones de lo que llaman pomposamente la institucionalidad. Se ha creado una monarquía que abusa de su poder. Solo un ejemplo de ayer: alcaldes que se inventan una reunión en Barranquilla para ir a ver el partido Colombia-Argentina del bolsillo de sus ciudadanos.
Tengo mis serias dudas de que estemos aprendiendo lo que tenemos que aprender.
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