Pedro Felipe Hoyos Körbel


El 21 de mayo del año 1851 el congreso de la República de la Nueva Granada sancionó la abolición definitiva y absoluta de la esclavitud, ley que entró en vigor el 1 de enero de 1852. Da grima que una comunidad como la afro, parte de nuestra nación, debe celebrar un mes para hacerle recordar al resto del país que existe. ¿Cuánto falta para que Colombia abrigue a todos sus hijos? Tal vez esta reflexión ayude a sumar patria.
El reloj, con su maquinaria, por pequeña que sea, da un golpe cada segundo cuantificando el tiempo. Con total fidelidad marca los segundos y horas que suman días siguiendo un mecánico curso. El tambor, al igual que el reloj, mide el tiempo, pero no corre en círculo detrás de unas manecillas, sino que pretende cuantificar al hombre rebasando el concepto de pasado, presente o futuro. Así que el tambor puede callar y no violar una ley de la naturaleza, porque no es al fugaz segundo que debe controlar.
Como todos los inventos, el tambor también funge como una extensión del hombre y su cuerpo, este pulsa como un corazón alterno; late más rápido o más lento manejando un ritmo, y cada pulsación significa vida y fuerza. El tambor es como una cuerda vocal, la cual al ser golpeada emite una voz profunda que le habla a los creyentes en un lenguaje ancestral, que evoca todo un panteón de héroes divinos.
La campana resuena sobre los tejados cristianos convocando a la misa, igual que el muecín desde el alminar de la mezquita invita a la oración. En cambio, en los poblados africanos el golpe del tambor estructura el ritual que se descarga en una danza.
Apela el tambor y su fuerza a la innata condición del hombre de moverse. Al pie, con cada golpe de tambor le nace desplazarse y convertirse en baile, a lo cual se suma prontamente todo el cuerpo elevando un cotidiano movimiento, en un intrincado y raudo ritual.
Vemos al cristiano acercase a su Dios por medio de la lectura y escritura; ahora el monje tibetano medita en total inmovilidad; sabemos que el jaibaná indígena por medio de los psicotrópicos comulga con sus divinidades, y el africano es uno con sus dioses por medio del golpe del tambor y su gramática de movimientos. ¿No tiene cada religión un poco de la otra? ¿La sangre de Cristo convertida en vino, una bebida alcohólica, no es un vestigio de algo muy pagano? ¿Los danzarines sufís no llegan a sentir a Alá en sus bailes? ¿Y con el canto gregoriano no se exalta un Dios en las antiguas catedrales?
Al tambor en América, por medio de la corrosiva esclavitud, se le sustrajo su función sagrada. Y a pesar del despojo permaneció con su gente. Se intentó prohibirlo, no porque trasmitiera mensajes de oportunas revueltas, sino porque evocaba la esencia africana: su religión y eso sí amenazaba al amo blanco. A pesar de la persecución sobrevivieron el tambor y las danzas y esa supervivencia tuvo un precio. El tambor que nunca abandonó a sus fieles es hoy un pilar de la cultura afro en América, pero perdió su protagonismo sagrado. Y el devenir de la danza africana decayó en jolgorio.
Las Estrellas de Fania, agrupación emblemática de salsa, quintaesencia de la música afro en el continente americano, cuando fueron al Zaire en 1974 atrajeron la atención de los locales que acudieron al estadio Statu Hai de la ciudad de Kinshasa a ver qué hacían esta gente, en su mayoría mestizos y mulatos, con los ritmos para ellos conocidos. Confundidos se retiraron, porque ciertamente reconocieron los ritmos y los tambores, pero extrañaban el rito y momento religioso.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015