El próximo 21 de agosto cumple la pintora Olga de Chica 100 años de haber nacido. Fecha digna para recordar a esta artista nacida en Filandia, y que fue una de las protagonistas del arte en Manizales durante los años 80 y 90.
Afiliada a la escuela primitivista, pintó el campo de esta región, especialmente la caficultura, mucho antes de la declaratoria de Paisaje Cultural Cafetero de la UNESCO del año 2011. La originalidad que exige la UNESCO para sus declaraciones de paisajes, Olga de Chica ya la venía plasmando en sus lienzos.
Seguramente los artífices de esa declaratoria no la tomaron en cuenta, juzgando mal a esta escuela que, si bien prescinde de ciertas normas de la pintura, las cuales los impresionistas y expresionistas y después abstractos ya habían suplantado, como lo es la perspectiva, la forma y el color, desechándolas por considerarla ingenua o infantil. Estos adustos académicos buscaban corroborar grandilocuentes teorías, perdiendo injustificablemente la vista de lo típico, eso que tanto trataban de distinguir.
Y es curioso que la escuela primitivista que data de 1900, con pintores como Henri Rousseau siga vigente, mientras que todas las otras fueron devoradas por la revolución que incentivaron. ¿Quién pinta hoy en día de forma cubista? ¿O quién se atreve pintar como Van Gogh en la actualidad? Esos estilos o escuelas dejaron hondas huellas, pero fueron efímeros. En cambio, el primitivismo o el arte naíf, sigue siendo cultivado, inclusive en Manizales, que tiene dos destacadas primitivistas: a Olga de Chica e Hylduara Mejía, fuera de Luis Fernando Mejía que pinta siguiendo las recomendaciones de su corazón y las del aduanero Rousseau.
¿Cuál es la fuerza de la pintura naíf, ingenua o primitivista? Fernando Macías Vásquez de Salamina en su libro sobre Olga de Chica da valiosos argumentos que quisiera ampliar.
Las escuelas pictóricas, todas, plantean una visión del mundo que choca con la escuela que la antecedió. Un expresionista seguirá las ideas de la perspectiva en sus cuadros, pero referente al color y la forma, basándose en sus emociones, concluirá que, la forma y el color tratado de otra forma, igualmente son bellos. Así, los realistas plantearán que el color y la forma están dados por la naturaleza y que esa no debe ser alterada; los hiperrealistas darán un paso más allá y convertirán a sus lienzos en fotografías. Ahora, un abstracto elaborará sus lienzos sintiéndose libre de reglas y normas e impulsará su afán de expresase de otra forma.
El observador atento, sin embargo, hallará belleza en todos los estilos, absteniéndose de casarse con uno solo. Veneramos a Gauguin, a Rubens y a Pollock, así como nos gusta oír a Bach, a John Coltrane y la música llanera. Cada estilo alberga una emoción y es bien sabido que las emociones son muchas, fuertes y cambian. Así que lo reposado e ingenuo, ajeno a grandes fuerzas y planteamientos ideológicos, llega al alma. Lo ingenuo se puede dimensionar y más en esta época donde el arte se ha globalizado y está expuesto a demasiados cambios.
Lo primitivo fue revolucionario en su época, pero esa revolución no perdió su norte. Lo primitivo le da espacio a lo local y coloquial, a lo típico. Se pueden perder en detalles y no faltar la esencia. Puede ser crítico y hasta político. Ideas estructurales le son ajenas, prefiere cederles protagonismo a los colores primarios. Ejerce la pintura primitivista un encanto, una emoción que los artistas que producen instalaciones no saben articular.
Da gusto ver los lienzos de Olga de Chica con sus casas de bahareque de las fincas cafeteras; sus lechones amarrados; las plazas con los toldos blancos; y la gente suspendida en los cuadros que no necesitan perspectiva; las iglesias sencillas y las hileras de matas de café en flor o en cereza, alineadas en muy redondas colinas. Capta lo que también nosotros hemos captado y ahí radica la fuerza de lo ingenuo.