Pedro Felipe Hoyos Körbel


Bogotá, en Colombia es la Meca de los museos. La lista es larga y los hay sobre muchos temas. Curiosamente las políticas de cultura de museos pocos frutos han echado en la provincia, tanto que se podría decir que su impacto es muy reducido. ¿Serán los costos de mantenimiento que hacen de los museos algo poco atractivo, o será que no hay interés en conservar, para las generaciones venideras, los objetos que representan las épocas históricas de una comunidad?
La semana pasada, en Bogotá, y visité tres museos. Estuve en la casa Museo Caldas que está adscrita al Ejército Nacional y no al Ministerio de Cultura que funciona a tres cuadras del Observatorio Astronómico en la casa que habitó el sabio que nos dio gentilicio a los caldenses. En este museo se encuentra un salón con el interesante recorrido con imágenes y citas de sus cartas trasmitiendo al observador un Caldas en primera persona.
Estuve en la Quinta de Bolívar que en parte estaba cerrada por restauración y finalmente fui al Museo Nacional, al cual hace años no iba. Hice el recorrido por esta antigua cárcel y sentí indignación, volvió a ser este edificio lo que había sido: una correccional tropical expuesta a la voluntad de un alcaide.
Me explico: ¿cómo es posible que todas estas grandes piezas de nuestra nacionalidad, se atreve su directora a convertirla en una especie de instalación con el fin de influenciar al observador a pensar de cierta forma acerca del país y su pasado? Un ejemplo, el gran salón en el segundo nivel se organizó con el nombre de “Memoria y Nación” y los cuadros de los pintores del siglo XIX quedaron refundidas varias fotos, entre ellas una de Melitón Rodriguez de niñas cogedoras de café, en una sola pared como un collage. En el resto del salón, recuerdo una vieja imprenta y algún retablo sacro fuera de objetos indígenas y otros del Pacífico. Si con esta sala la dirección del museo me quiere poner a determinar las relaciones históricas entre las diferentes etnias y culturas, o tal vez clases sociales, de las cuales se compone la nación colombiana, el resultado es magro. Me pregunto ¿qué gran museo nacional en Europa, cuna de los museos, permite que una joven persona, con dineros públicos, pueda vivir su subjetividad resaltada por títulos académicos y cometer un desafuero de esta índole? Un museo nacional no es una instalación o un performance donde la persona al mando hace lo que en su afán de llamar la atención cree viable. Un museo es un ancla que fija donde cada pieza ya viene con idea histórica y cultural que solo debe ser “leída” y no usada, truncándole su sentido, para sustentar una posición política. Un museo resguarda lo pasado y nunca se constituyó como espacio de debate. Esa moda es de dudoso origen, porque estas piezas están por encima de las preocupaciones de la actualidad. ¿Qué tal que otro gobierno nombre una persona de extrema derecha como director y éste, en su afán de corregir la historia, se dedique a botar piezas que en su limitada cosmovisión no casan? El debate tiene otros espacios como las universidades, los medios de comunicación o, tal vez, los partidos políticos.
Otro ejemplo. ¿Qué hace la estatua del general Santander sin cabeza, que había decorado el Palacio de Justicia, exhibida con reflectores mostrando el daño que sufrió la pieza en el asalto? El general Santander sin cabeza será una pieza histórica, pero no es una pieza museable, ese espacio lo deben ocupar otras piezas perdidas en las bodegas del museo y mucho menos cuando se quiere con esa pieza entablar una crítica al gobierno que le tocó manejar esa crisis. Un mueso dista de ser un tribunal.
La capacidad curadora de las directivas de este museo se evidencia con la colección temporal sobre “Kalimán, el hombre increíble”, simpática revista con que se entretuvieron estos personajes en sus infancias, en vez de hacer una exposición sobre la historia de los textos escolares del país.
En el Museo Nacional, hoy en día, no se puede observar la evolución de nuestra cultura pluriétnica y cómo esta se ha ido condensando después de siglos y de muchas injusticias. El observador está obligado, por disposición del alcaide, a observar una diatriba contra el Estado colombiano, o sea contra lo que hemos logrado acoplar en los últimos siglos. Para mejorar al Estado, como tal, y esto desde los museos, es más urgente crear, siquiera, 50 museos más en Colombia, en vez de darle carta blanca a unos yupis intelectualoides para opinar desde Bogotá sobre el pasado de esta nuestra Nación.
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