Pbro. Rubén Darío García

Contemplemos los méritos de todos los santos:
• Intercesores a quienes acudimos para que rueguen al Padre que nos conceda la misericordia y perdón;
• Destinatarios de la primera bienaventuranza que contiene a todas las demás: “Dichosos los pobres porque de ellos es el Reino de los cielos”.
• Los “anawim” que la Sagrada escritura define como los que lograron poner toda su confianza en el Señor y no en los bienes pasajeros de este mundo.
Felices los que lloran, porque sienten compasión de quienes no han podido conocer a Dios y viven privados de la gracia divina. Ellos serán consolados porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu que se nos ha dado en el bautismo y Dios mismo se les ha entregado como el dador de todo consuelo.
Dichosos los que sufren a causa del anuncio del Reino de los cielos: muchos son perseguidos, señalados e injuriados por confesar a Cristo delante de los hombres y por defender la verdad y la vida delante de quienes, buscándose a sí mismos, están maquinando estrategias para matar con leyes engañosas de aborto y eutanasia aprobadas a pupitre abierto y sin sentido. La sangre purificadora de los inocentes grita desde la tierra hasta el cielo.
Felices los misericordiosos porque alcanzarán también misericordia: son los que no se dejan impregnar por una mentalidad egoísta, individualista e insensible al dolor humano y anuncian con sus sufrimientos el sentido salvífico del dolor. Ellos muestran con su alegría, en medio de los tormentos que, para quien cree, la tribulación no altera la fidelidad a Dios.
Felices los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. El puro de corazón ni siquiera piensa mal del otro, le ama sin juzgarle porque sabe que cada uno tiene una historia desde el vientre materno, con ataduras intergeneracionales que condicionan la existencia. El limpio de corazón es capaz de ver el amor que Dios colocó en cada ser humano y lo trata de acuerdo con ello.
Felices los que trabajan por la paz, porque saben que esta paz no es la simple ausencia de guerra, sino que se trata de la alegría experimentada en medio de la prueba y la confianza en medio de toda precariedad: “Cuando soy débil entonces soy fuerte” (2 Cor 12,10).
Felices los perseguidos porque anuncian con su vida la verdad y la alegría que vienen de la vivencia radical del Evangelio. Son capaces de hacer el bien al enemigo, de bendecir a quien le insulta y de rezar por quien le ha traicionado. Experimenta en su interior la alegría del cielo.
Así son los santos. Es esta “muchedumbre inmensa que ninguno puede contar, que viene de toda nación, raza, pueblo y lengua y que están de pie delante del trono y del cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos y que pueden, con autoridad gritar: “¡La victoria es de nuestro Dios, no de nosotros”.
Los santos son las personas más felices porque han aprendido el “arte de vivir en esta tierra” y han logrado la corona que no se marchita porque han vivido en la tierra como si ya hubieran estado en el cielo.
Sigamos su ejemplo, actuemos limpiamente ; elevemos nuestra oración humilde, de súplica y arrepentimiento; reunámonos en el camino de la Iglesia Militante y Peregrina hacia el cielo. Todos somos llamados a la santidad.
Apocalipsis 7,2-4.9-14; Salmo 24; 1 Juan 3,2-3; Mateo 5,1-12
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