Pbro. Rubén Darío García

Mediante una aplicación pedagógica individualizada, la Palabra de Dios nos viene conduciendo por un itinerario gradual para que nos reconozcamos como “últimos”, necesitados de conocer el amor del Padre y hacernos dóciles para aceptar la llamada a la conversión.
Después de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, el evangelista Mateo presenta una serie de parábolas que Ilustran el rechazo ejercido por fariseos y príncipes de los sacerdotes contra Jesús. Comienza con la de los dos hijos: en el primero, que obedece sólo de Palabra, están representados los jefes de Israel, mientras que en el segundo, obediente después de la negación inicial, se representan los pecadores que se arrepintieron y siguieron a Jesús mereciendo así el reconocimiento del converso. El mensaje principal es claro: La justicia de Dios aguarda siempre el arrepentimiento del pecador.
Jesús quiere purificar la relación con Dios Padre y denuncia una actitud generalizada especialmente en quienes tienen la responsabilidad de guiar las ovejas de Israel: “Desobediencia recubierta por un ropaje religioso” es el hijo que dijo: “voy Señor” pero no fue. Se trata de una obediencia que tiene el tono de la deferencia, de las apariencias y del equilibrio pero que en profundidad oculta una sutil rebelión. Es la actitud del “cumplimiento” (cumplo y miento) en la que todos tenemos el riesgo de caer: “creernos buenos, no necesitados de Dios”.
Existe otra desobediencia exterior que presenta una superficie desarreglada e indisciplinada pero que tiene, en lo profundo, una sustancia válida y ejemplar de compromiso. Es la del hijo que dijo: “No quiero ir a trabajar en la viña” pero, se arrepintió y fue. Jesús se refiere a quienes actúan como este segundo hijo cuando anuncia: “Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegarán antes que ustedes al Reino de Dios” (Mt 21,31).
En nosotros viven esas actitudes que señala Jesús en la parábola:
Humano, como esos dos hijos: (1) ¿Cuánto del error de cada uno hay en mí? y (2) ¿qué correctivos me impongo para convertirme, para que mis palabras y mis actos se correspondan y yo hacer lo que Dios me pide? Roguemos al Espíritu Santo que nos ayude a encausarnos para que hagamos la Voluntad del Padre.
Ezequiel 18,25-28; Salmo 24; Filipenses 2,1-11; Mateo 21,28-32
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