Pbro. Rubén Darío García

Amarás al Señor tu Dios (Dt 6,5) y Amarás al prójimo como a ti mismo (Lv 19,18): Estos son los fundamentos de la vida cristiana. Para mantenerse fieles a la Ley, se catalogaron 613 preceptos en la Biblia que daban contenido a las más acaloradas discusiones entre fariseos, saduceos, sacerdotes, doctores de la ley y escribas.
La enseñanza de Jesús se centra en el Ágape: El amor es el que da sentido a todos los demás mandamientos, incluidos los más pequeños y es constante en los 613 preceptos. Jesús dejó callados a los saduceos y ahora los fariseos lo ponen a prueba preguntándole: “¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley?”.
La respuesta de nuestro Señor es nueva: toca la manera de concebir al “prójimo”, que en el Judaísmo circunscribe únicamente a los miembros de la casa de Israel. Los extranjeros y los enemigos no pueden ser considerados “prójimos”. Jesús revoluciona el concepto dando el título de prójimo también al “enemigo”: “Han oído que se dijo: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo, pues yo les digo: “amen a sus enemigos y rueguen por quienes los persiguen” (Mt 5,43).
La ley contenida en el Deuteronomio plantea el rechazo por los pecadores: “Ni el amonita, ni el moabita serán admitidos en la asamblea de Yahvé; ni aún en la décima generación…nunca jamás; no buscarás jamás mientras vivas su prosperidad ni su bienestar” ((Dt 23,4.7)). Y en el Eclesiástico 12, 4-7 la normativa ordena: “No ayudes al pecador; no des nada al malvado; niégale el pan, no se lo des, porque podría utilizarlo para dominarte y tú recibirás el doble de mal por el bien que le habrías hecho”. Como se consideraba pecador al enemigo, resultaba sorprendente, para un doctor de la ley, aceptar que el prójimo era aquel hombre caído en la vía de Jerusalén a Jericó y más aún que un samaritano fuese su auxiliador (Cfr. Luc 10,25-37,).
Hoy los católicos seguimos resistiéndonos al primer mandamiento: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser”. Oprimimos al forastero, explotamos a la viuda y a los huérfanos, nos escandaliza verlos y tratarlos como a hermanos. De espalda a la Palabra de Dios, abrimos la puerta a la injusticia y a toda forma de corrupción con tal de afianzar nuestro poder mundano. No miramos de modo cristiano a quienes nos rodean, especialmente a los adversario. Despreciamos la oportunidad de salvación de nuestra alma aquí y en el más allá. Estamos actuando con hipocresía, satisfaciendo lo mundano.
El amor a Dios se concreta en el amor al prójimo. Si no tengo amor, nada soy, lo escribirá San Pablo a los Corintios (1 Co 13,1-13)) y san Juan lo sellará en su primera carta: “Si uno dijera: Yo amo a Dios, pero odia a su hermano, es un mentiroso. … el que ama a Dios, ame también a su hermano" (4,20-21).
AMAR a DIOS y amar al prójimo identifica acciones relacionadas con acoger y respetar, compartir y solidarizarse, proteger la vida, actuar con honestidad, escuchar y obedecer el mandato de Dios: Implica evaluar nuestras actitudes con los demás y cambiar lo que está mal. ¿Qué me impongo cambiar a partir de hoy en mi trato con los demás para ajustarme al primer mandamiento? SOLO QUIEN AMA PUEDE CORREGIR.
Exodo 22,20-26; Salmo 18; 1 Tesalonicenses 1,5-10; Mateo 22,34-40
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