Óscar Dominguez


Desagradecido el arduo oficio de arquero. En momentos de vacas flacas es el trompo de poner. No hay que estar loco para ejercer ese destino, pero ayuda. Cuando el equipo gana, ganan todos. Pierde y la galería matonea sin piedad al portero que tiene que reducir salidas a la calle, el supermercado, la iglesia, el cine, el motel, el bar.
En los últimos meses la han pasado mal muchos de estos solitarios. (“El arquero es solitario por naturaleza y todo depende de uno mismo”, resumió Germán Burgos, exarquero de River Plate).
Hace poco sufrió amnesia parcial de fútbol Loris Karius, el joven cancerbero alemán del Liverpool que le facilitó dos goles del Real Madrid. Me provocó darle posada y prestarle el hombro para que depositara allí sangre, sudor, lágrimas y mocos.
En el mundial de Rusia han tenido el Cristo de espaldas De Gea, de España, y Caballero, argentino. A Caballero lo remplazó Franco Armani, exempleado del Atlético Nacional, quien “nos clasificó” a octavos. Dios es argentino, debió gritar la tribuna gaucha enardecida.
Después de un revés, De Gea soltó una frase digna del filósofo Savater: “Para aprender a triunfar primero tienes que aprender a fallar. Seguimos”. Están en octavos.
El primer atrapabolas que conocí en los peladeros de Aranjuez fue “Chonto”. No el legendario arquero del Nacional, sino Gildardo Montoya, compositor de Plegaria Vallenata, Piel de Luna, Maldita Navidad…
Su hermano Darío, creador de Llegaron los gotereros, Buscando el marrano, Los velorios, recuerda que su hermano, quien madrugó a volverse eternidad, no se cambiaba ni por Dios mano a mano cuando se colocaba entre los dos ladrillos que hacían las veces de portería. Mientras el balón andaba lejos componía canciones.
Ese cargo de la burocracia balompédica tan lleno de zozobras, tiene inmortales en sus filas. Como Lev Yashin, portero de la selección del país anfitrión del mundial.
Otro inmenso, Amadeo Carrizo, del River Plate, sintetizó así el drama de los de su logia: “El puesto de arquero es ingrato por excelencia porque los goles son como los pedos: a veces no los soporta ni uno mismo”.
En tiempos de Carrizo los árbitros eran ingleses. Solo sabían decir sí o no moviendo el pescuezo. Tampoco había suplentes.
Hace unas semanas en la Marte, vi jugar al arquero de las inferiores de Águilas Doradas, de Rionegro. Difícil encontrar un atleta que viva con tal pasión su trabajo.
Gritó, ordenó, braveó, se estresó, rió, madreó, mandó, aconsejó, repartió agua, remplazó al entrenador, al dueño del equipo, pagó la nómina, lloró. Tapó un penalti y le cedió el puesto a un colega.
Llevaba el número 22.
Por entre la cerca le pregunté nombre y teléfono para invitarlo a trago y viejas. Me miró sin contestar para no distraerse de sus quehaceres. Primero el oficio, la urbanidad y el relajo después. Lo veo remplazando a David Ospina.
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