Óscar Dominguez


Hubo una época en que los últimos sitios donde las esposas de Medellín buscaban a sus extraviados mariditos eran el hospital, la morgue y las casas de citas de Lovaina y similares. Aquí terminaba la ilusión de quedar viudas y con dinero…
La evocación de Lovaina la escuché estos días santos en un programa que hicieron por la bogotana emisora de la Universidad Tadeo Lozano, el maestro Bernardo Hoyos y el envigadeño Mario Rivero, una tractomula llena de poesía.
El dueto no logró ponerse de acuerdo sobre lo fundamental: Si el gato que aparece en una de las pinturas del flamante nonagenario Fernando Botero habitaba la casa de las mellizas Arias, Marta Pintuco, Amanda Ramírez o Raquel Vega. A Lovaina y otros lugares non sanctos iban los pipiolos (=jóvenes) a hacer su primaria y bachillerato en artes plásticas, perdón, artes eróticas.
Hoyos y Rivero se rapan la palabra para hablar bellezas de las mellizas Arias o de la Pintuco que contribuyeron a desanalfabetizar sexualmente a la “piernipeludocracia” medellinense que no quería llegar virgen al “mártirmonio”.
Ninguno habla de las habilidades kamasútricas de las señoras. Prefieren destacar su condición de damas cultas. De la yarumaleña Pintuco dijo Rivero que “era de gran autenticidad… Una gran dama… Querían a los hombres. Los respetaban. Si uno les caía bien, le daban el desayuno con huevo”. Hoyos avaló lo dicho por su amigo y agregó que si los visitantes estaba bien de plata les hacían regalos más “nobles”, como aretes.
Pero ninguno acertó en lo de la residencia del gato. En el libro “Botero, la invención de una estética” de Santiago Londoño (Villegas Editores), el pintor arroja luces sobre la anfitriona: “Ella fue muy amable y nos convertimos en amigos. Iba con frecuencia a su casa”, confiesa Botero citado por Edward Sullivan en “Botero, sculpture”.
Las periodistas Adriana Mejía y Maryluz Vallejo, en crónica para el periódico El Mundo, afirman que se trata de María Duque quien les reveló que su clientela incluía “doctores y principales de Medellín”.
María Duque (1906, Yarumal, Antioquia) recuerda a “mi pipiolo lindo”, como le dice a Botero, “como un muchacho muy tímido y muy sencillo”. Cuando el artista inauguró en Medellín la sala de esculturas que donó al Museo Antioquia, María Duque le dice en un mensaje que le envió: “Recordado Fernando: Vos me pintaste hace tiempos y estoy muy pobre…”.
Pero estas son anécdotas. Gatas calientes de otros tejados. El hecho es que el maestro Botero a sus 90 ruedas es un referente de la Bella Villa, de Antioquia, de Colombia, del mundo. Su aporte a la cultura, como para quitarse el aguadeño, es un premio gordo para Colombia.
Su voluminosa obra, mujeres enemigas íntimas de la dieta, gatas, palomas, caballos, se ha paseado por el mundo. El hombre que un día quiso vestir el traje de luces, es el primer pincel de los toreros y de los amantes de la fiesta brava. La faena del maestro ha sido redonda. Felicitaciones y oreja, rabo y pata por convertir la obesidad en obra de arte.
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