Orlando Cadavid


Colombia acaba de vivir otro largo “puente santo” ante la ausencia de monseñor Augusto Trujillo Arango, el orador sagrado más taquillero de todos los tiempos en el país, y que hizo historia en su dilatada carrera sacerdotal.
Por razones de salud, el prelado caldense dejó de ofrecer, muy a su pesar, su prestigioso y tradicional Sermón de las Siete Palabras que mantuvo con su tono y su estilo inconfundibles durante 44 años consecutivos a través de las frecuencias de la prestigiosa red radiofónica Caracol.
El notable predicador decidió desaparecer de los radiorreceptores sin darle aviso previo a la feligresía que lo siguió en forma multitudinaria por nueve lustros, tras deshacer amistosamente el compromiso anual con la cadena radial, porque se le dificultaba su desplazamiento a Bogotá, donde solía pre grabarse la gran prédica que batía altos índices de sintonía en los cuatro puntos cardinales del país.
El arzobispo emérito confesó un sentimiento de nostalgia al tener que dejar esta misión a la que se dedicó con gran devoción y mucho cariño por casi media centuria. El hombre que le puso garganta sonora en la radio a los Viernes de Pasión, reconocía sin ambages que en vano no pasan los años, y que todos vamos perdiendo muchas facultades con el paso inexorable del tiempo.
Así como los buenos políticos suelen ser buenos oradores, los buenos pastores de almas suelen ser buenos predicadores de la palabra del Señor.
Monseñor Trujillo Arango –dueño de una espléndida hoja de servicios a la iglesia como obispo en Manizales, Jericó, Santa Fe de Antioquia, Tunja, Chiquinquirá y Garagoa– se hizo famoso con el uso de la palabra a través de la radio, con sus sermones de Semana Santa, así como lo lograron en su época y en escenarios apropiados para los asuntos del gobierno, la política y el parlamento, el ex presidente Alberto Lleras Camargo y el ex ministro Fernando Londoño Londoño. Al primero lo consideraban “el mejor locutor de Colombia”. Al otro lo apodaban “Pico de oro” por la encantadora fluidez de su verbo.
La rutilante carrera del guía espiritual como predicador del aire se inició en 1958 en Manizales –donde oficiaba como obispo auxiliar del arzobispo y futuro cardenal Luis Concha Córdoba– por iniciativa del gerente de la Voz del Ruíz, Gilberto Aristizábal Estrada, quien consiguió que la cadena originara desde la capital de Caldas, el Viernes Santo, un sermón de tres horas de duración, alusivo a las Siete Palabras de Cristo en el Gólgota, entre las 12 del día y las 3 de la tarde. Fue tan arrolladora la sintonía, que el programa se mantuvo vigente a lo largo de los siguientes cuarenta y cuatro años, pero continuó originándose desde Nuevo Mundo, de Bogotá, porque el centralismo era así.
En su residencia de Manizales, el orador sagrado recordaba que su primo hermano y compañero de estudio en la Escuela Apostólica de su natal Santa Rosa de Cabal, Fernando Londoño Henao, por entonces gerente general de Caracol, lo comprometió a hacer de por vida el sermón en cuya preparación trabajaba con seis meses de antelación, ante la magnitud de la importancia del desafío.
Se recuerda que a raíz del terremoto de aquel trágico Jueves Santo del 31 de marzo de 1983, que semidestruyó a Popayán, la radio alteró su programación consagrada a la magna celebración de la cristiandad y se dedicó al cubrimiento de la catástrofe y a promover la consecución de ayudas dentro y fuera del país para los sobrevivientes. Ésta fue la única vez que no fue transmitido por razones de fuerza mayor el sermón de Monseñor Trujillo.
El texto de la prédica que no se emitió por las ondas radiales fue aprovechado por Ediciones Paulinas para la publicación de un folleto que tuvo gran demanda entre los devotos de la palabra del obispo nacido en la tierra del café, del que decían nuestras tías que hablaba como si estuviera en sintonía o tuviera línea directa y permanente con el Dios del cielo. Antes de cada Semana Mayor, recibía llamadas de los fieles: unos, para sugerir la inclusión de algún tema; otros le telefoneaban después de la transmisión a felicitarlo por la gran factura que tuvo su mensaje. Él agradecía estos gestos, porque el hombre es humano y necesita esta clase de estímulos.
La apostilla. Fueron insuficientes los obispos de siete jurisdicciones eclesiásticas convocados a través de la Conferencia Episcopal para sustituir al irreemplazable monseñor Trujillo en las Siete Palabras.
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