Martín Jaramillo L.

El escritor norteamericano Mokokoma Mokhonoana dice que ser demasiado cuidadoso puede ser más destructivo que ser totalmente descuidado.
Hace dos años vivo en Bogotá, uso el Transmilenio todos los días y, como muchos, soy prisionero del trancón insostenible que cada tarde toma la forma de trofeo al ego de los políticos insensatos de los últimos años. Si se hiciera el cálculo, serían decenas de días al año que paso en el transporte público sin usar el celular en él, por miedo a uno de los tantos robos... Es sencillamente un precio demasiado alto que pagar.
Es fácil pensar en términos absolutos; es fácil querer ser, como dice Mokokoma, demasiado cuidadoso en la vida. Normalmente también es fácil la decisión del momento.
Tener un libro o un sueño potente hacen más llevadera la tentación de usar el celular. El resto de las veces, la decisión es automática, natural. Irracional si se quiere. Vibra el celular y corremos a revisarlo; respondemos una vez, entramos a Twitter, leemos un artículo, vemos un video y cuando menos pensamos, ya pasó la hora de trayecto y estamos en nuestro destino.
Lo difícil es la decisión racional, una decisión que supuestamente siempre tomamos según los modelos económicos con los que jugamos los economistas. Yo intento, muchas veces sin éxito, explicar mi decisión. Le digo a mis amigos que la posibilidad de ser robado es inminente, y el ser demasiado cuidadoso, en mi caso particular, es más “destructivo”.
Hay un balance entre riesgo y ocio, que todos buscamos de una forma u otra. Un economista lo calcula, por supuesto de manera imperfecta y a veces inconsciente, multiplicando la probabilidad de ser robado por la pérdida máxima probable para tomar una decisión. Al hacer el cálculo, vi que ese valor era más caro que renunciar a los beneficios.
El lunes pasado toda esa teoría se materializó: un venezolano me intentó robar en Transmilenio. Al principio intentó arrebatarme el celular entre una estación y otra, esperando que el cierre de las puertas del bus le otorgara impunidad. No lo logró y se vio amenazado por la multitud. Ahí me amenazó y logró salir corriendo. Después de una persecución patrocinada por la adrenalina, la policía lo esposó y lo despojó de sus puñales, en silencio (para no delatar su nacionalidad) nos pedía piedad a todos.
El atracador tiene 18 años, cumple 19 el próximo mes. En un cruce de palabras, entre gritos e insultos, me dio una noción de lo que era su vida; seguro una injusticia histórica, pero esa es una triste historia para otro día.
Hoy quiero señalar, con un poco de cinismo, la paradoja siempre presente en la economía. Conocemos las estadísticas, las estudiamos todos los días y las citamos con firmeza. Ellas son el agregado de millones de casos, cada uno con una historia diferente, con un drama nunca menos trágico que el de uno. Estadísticas que nunca le hacen justicia al miedo y la tristeza que la inseguridad le causa a la gente, nunca será posible entender eso solo con el bagaje intelectual del que solemos presumir.
Muchas veces en la vida, a los economistas nos critican por tomar decisiones sobre cosas que nunca viviremos, afectando a personas que nunca conoceremos, con sufrimientos que nunca sentiremos. Quizá este evento sirva para aterrizar un poco esa teoría, para sentir lo que les toca a muchos a diario, y quien sabe, hasta de pronto para ser mejores economistas.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015