Mario César Otálvaro
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Mario César Otálvaro
@macotal
El grado de emoción –ninguno– que despertó la selección Colombia en el partido contra Arabia Saudí en Murcia, España, es absolutamente equivalente al manejo que recibe, y a los resultados de nuestro fútbol, eliminado del mundial, y sin resonancia internacional.
La nómina, salvo contadas excepciones, dista de la realidad, orientada por el técnico de la sub-17, quien justo antes de su primer reto oficial –Esperanzas de Toulon– lo quitaron, y lo encargaron, dejando que su asistente llevara el equipo al torneo Francés.
O sea, son los ayudantes quienes hoy dirigen los equipos nacionales, con jugadores –en el caso de los mayores– que forman parte de un proceso que no existe, reclamándose una renovación en nombres a través de un proyecto serio y sostenible.
Daba pesar ver las tribunas del estadio donde ganaron el domingo 1-0, con unos pocos colombianos que viven en esas tierras, y escasos musulmanes, porque jugó un plantel que no atrae, en condición de esparring, y con una notoriedad venida a menos.
Sin embargo "habemus técnico" en Néstor Lorenzo, un argentino cuya experiencia fue haber sido colaborador de Pékerman, y mundialista como jugador en Italia-90, hoja de vida insuficiente para un cargo de tanto rango, que exige un tratamiento especial, y distinto.
El anuncio provocó un cisma entre algunos opinadores porque para las millonadas que se pagan le faltan logros, en una apuesta sustentada al parecer en sus maneras de conducir, conocimiento del medio y ascendencia, según reportan quienes lo tuvieron cerca.
Que le vaya bien, el país quiere ¿quién no? es el equipo de todos, pero quedará la espina por su elección, y por qué la desconfianza en los entrenadores criollos, algunos como Alberto Gamero, cansado de hacer méritos para que se les mire, o el mismo Juan Carlos Osorio.
Cosas de la Federación, que ha llevado a la Selección a escenarios de desprestigio, teniendo recursos de sobra para ejecutar mejor sin encontrar la brújula para posicionar su producto base, ni contribuir a elevar el nivel competitivo de nuestros clubes en el continente.
Algo similar pasa con Once Caldas, floja administración pese a tener dinero, errores al escoger el personal, y baja ambición, armando grupos para clasificar a los ocho –sin conseguirlo– apuntando a metas cortas, no a la consolidación de una empresa deportiva.
Acá, una dirigencia –léase presidente– arrogante, aislada e inexperta; allá unos personajes discutidos, con la diferencia de que saben de fútbol, pero ética y moralmente cuestionados, afincados a sus puestos con larga permanencia sin importar sus constantes fracasos.
En ambos casos, seguros de que por ser propiedad privada no deben explicaciones, aunque al menos los de Once Caldas son propietarios, los otros ejercen el poder otorgado por los clubes, creyéndose omnipotentes, y los verdaderos dueños del fútbol como afirma Jesurum.
En un mes comenzará la Liga II, y otra vez Diego Corredor pidió refuerzos –la tónica de los últimos tiempos– que ojalá no sea para empezar de nuevo, porque lo básico, para no seguir en las mismas, es construir una idea de juego que requiere trabajo acumulado.
Planear soluciones es el objetivo, traer gente para el ataque y retornar a la génesis defensiva son las prioridades, dado que volverse a equivocar en las contrataciones –que no deben ser cantidad sino calidad– será un suicidio, y el margen de error es bastante estrecho.
Hasta la próxima...
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