En nuestro país, a diario se producen hechos que oscilan entre lo bueno y lo que no. Sucesos que nos devuelven la esperanza o nos invitan a reflexionar y cuestionar el actuar como personas y como ciudadanos. Todo lo que pasa, acontece dentro del marco social, entre las posibilidades que brinda una comunidad, un Estado que regido por normas y leyes se desarrolla de tal manera que permite a sus habitantes vivir, expandir y practicar sus capacidades, con el único fin que entre todos logremos el bienestar deseado.
Y aunque estamos lejos de la perfección y quedan muchos retos por cumplir, muchas metas por alcanzar, podemos decir que el trabajo es constante, que los esfuerzos por materializar los proyectos en pro de la sociedad siguen adelante, tomando más fuerza ante la adversidad, concretando paso a paso lo idealizado, lo soñado y prometido en su momento.
Podemos decir además que el Estado y con él sus instituciones se han visto fortalecidos gracias al perseverante ejercicio democrático, el cual impulsa y garantiza el cumplimiento cabal y oportuno de los derechos fundamentales y constitucionales, indispensables para que la sociedad se desenvuelva en su deber ser. Así, Colombia no es ajeno a tantos problemas que se agudizaron con la pandemia: el desempleo, la violencia, la desigualdad o la pobreza, entre otros. Todas estas dificultades las comparte con los demás países del mundo, quienes por medio de sus empresarios, mandatarios y gobiernos buscan dar alivio a tan lamentable situación. De igual manera, en ocasiones escuchamos quejas sobre la indolencia estatal, el abandono institucional o la desconfianza que tienen algunos ante la eficacia en la ayuda prestada por el gobierno a quienes la solicitan. Inclusive han insinuado la posibilidad de un fallo en la configuración y la estructuración de los organismos que garantizan lo público, poniendo en duda y asegurando la fragilidad del Estado social de derecho que nos rige, aumentando el escepticismo y negando los logros adquiridos hasta el día de hoy.
Convencido en que el trabajo hecho hasta el momento desde nuestras instituciones ha impactado de manera real en las personas y los territorios a los cuales ha ido dirigido, como hombre público, siendo coherente, es mi deber rechazar -con un dejo de comprensión ante el atrevimiento que supone lanzar tales juicios- aquellos pareceres. Es como si tales opiniones quisieran infundir el miedo y el caos, el temor y la consiguiente disgregación de grupos que, alcanzados por la duda y la zozobra, se apartan unos de otros, fomentando la desunión y división de sectores que serían más fuertes si estuvieran unidos, en vez de promover e impulsar el orden, la legalidad, el civismo y la cohesión social.
Quienes pregonan la debilidad gubernamental haciendo un juicio inmediato y superficial de la situación en la que se encuentra la sociedad, desconocen desde el primer momento los enormes esfuerzos que suponen la construcción y el mantenimiento del tejido social por parte de quienes son elegidos democráticamente para tal fin, y en últimas, terminan por ser iguales o más nocivos que aquellos males que denuncian.
Hoy, más que nunca, es tiempo de confiar en las instituciones que desde el Estado tienen como función garantizar el bienestar comunitario e individual. Cuando decimos que lo social ha fallado, aumentamos la frustración y condenamos al fracaso nuestros ideales antes de empezar a trabajar por ellos. Como ciudadano, pero también como alcalde, invito a todos los integrantes de la población a obrar con más fuerza por lo social, para cultivar el país que todos soñamos. Hay otra manera, pues la negación y el pesimismo son injustos consejeros cuando la tarea que tenemos por delante es la transformación de nuestro mundo, en el mejor de los mundos posibles.
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