Luis Prieto


Colombia, como todos los países, compra y vende bienes y servicios a sus similares del exterior. De esta compraventa se hacen balances frecuentes por parte del DANE, con el fin de tener una información lo más frecuente posible de las transacciones más importantes y que merecen una especial observación.
Una mirada de estos flujos, casi indicaría el grado de desarrollo de los países involucrados. Para entender esta realidad, podríamos tener un ejemplo un poco extremo, pero diciente con los Estados Unidos. Cuando este país nos vende un avión, de las últimas versiones tecnológicas, solo tenemos para abonarle con uchuvas, en el mejor de los casos con café o carbón. Nos tomaríamos un tiempo de cancelación incontable. El intercambio tecnológico es como el día y la noche. El mundo tecnológico de hoy es algo infinito y la tecnología colombiana, apenas trata dar vacilantes pasos.
Colombia tiene tratados comerciales con muchos países, entre los cuales figuran los de mayor envergadura tecnológica, a distancia sideral de nuestras primarias producciones. Valgan algunas pequeñas excepciones con una tecnología que les permiten un mano a mano internacional, sin muchas dimensiones.
El petróleo le ha dado a Colombia ilusiones y sinsabores. Cuando se vivía con cantidades menores y precios normales, llegó un momento en que el país estaba empezando hacer agua por falta de este combustible. En esos momentos y al punto de iniciar importaciones, llegó la noticia del descubrimiento de grandes cantidades de petróleo por la British Petroleum. Fueron los pozos de Cusiana y Cupiagua. Fue tanta la alegría que ya se hablaba de Colombia como un país petrolero. Tanta euforia, como el desborde irresponsable producido recientemente por la bonanza de los precios.
Esa bonanza que despreció otras producciones, por la cual se calificó a Colombia como país con enfermedad holandesa, disparó apetencias nacionales, hasta las más pecaminosas. Particularmente por la burocracia oficial, principiando por la Casa de Nariño. Desmanes todos, a pesar de las constantes advertencias al gobierno, de su pronta duración. Hoy con precios de US$ 40 - US$ 50 barril, las arcas oficiales están sin un peso, y Colombia sin un dólar para pagar sus menguadas importaciones.
Mientras tanto, sectores como el industrial, tan fecundo otrora, completamente abandonado por más de quince años. Y qué decir de la agricultura que debiera merecer los más altos cuidados, apenas ahora el gobierno la ha descubierto y la ha reconocido como un producto de gran futuro nacional.
Todas estas vicisitudes explican el por qué los grandes déficits del comercio internacional de Colombia.
Estos déficits son los montos en dólares que el comercio de Colombia está en mora con el comercio internacional. Deuda morosa, por productos agrarios, materias primas para la industria nacional. Una morosidad que habla muy mal del país colombiano. Aminorar esta deuda o por lo menos llevarla a términos consecuente con el mercado, es un esfuerzo grande, por cuenta de todo el país. Se trata de reducir las compras es decir las importaciones, hasta donde los titulares acreedores lo permitan.
Cuando el suscrito consultó estas cuentas, el déficit en mora sumaba más de quince mil millones de dólares en el año 2015. En el año 2016 la balanza fue deficitaria en once mil quinientos cincuenta y cinco millones.
Estas reducciones se produjeron disminuyendo drásticamente las importaciones, consecuente con la desaceleración económica en la cual estamos. Disminución que se prorrogará hasta pagar el último dólar que signifique morosidad. Puede ser muy pronto si la desaceleración colombiana se acrecienta. En ese momento estaríamos en paz con el exterior y en la miseria en Colombia. Y el remordimiento de dos bonanzas derrochadas.
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