Luis Prieto


La derrota más ostensible indudablemente es la alta producción de coca. El salto de cuarenta y cinco mil hectáreas a las de hoy de ciento setenta mil aproximadamente, es algo tan escandaloso que es noticia internacional. El más sorprendido, el gobierno de Estados Unidos que había financiado esta batalla contra la coca durante ocho años. Una ayuda que está siendo revisada, seguramente disminuida o abolida.
Esta derrota, a pesar de la ayuda poderosa de los Estados Unidos no tiene explicación, porque con este apoyo no ha debido faltar presupuesto, para cómodamente tener una excelente parafernalia militar.
El control de la siembra de la hoja de coca no es fácil. Y cuando se descuida como es el caso sucedido, se llega a montos imposibles de reducir. El descuido para que la producción de hojas de coca haya llegado a la dimensión actual, apunta a la Presidencia. El presidente, engolosinado por el canto de sirenas de la posibilidad de un premio Nobel, dedicó mucho tiempo vendiendo su imagen, principalmente en Europa. La atención de lo que pasaba en Colombia pasó a segundo plano. El daño que le hicieron los promotores a este embeleco del premio Nobel, así fuera sin madurar, ha sido impagable.
Hoy el problema de la hoja de coca no se sabe cómo se va a resolver. Colombia es un país de menesterosos a tutiplén. Es de los más pobres de mundo. Tiene hambrientos incontenibles en toda la geografía nacional. Esa hoja se convierte en coca fácilmente y bien pagada inmediatamente. Condiciones estas con las cuales no puede competir otro producto vegetal. El Gobierno, que debía estar al tanto de lo que significa este problema antes que se le saliera de las manos, ha debido actuar a tiempo generando otro ambiente más humano.
Las fuerzas del gobierno son responsables de lo que está pasando en Nariño y Putumayo. Es una guerra civil entre los esfuerzos del gobierno y las reacciones de los habitantes de esas regiones. Guerra que podría esparcirse fácilmente a otros sectores de atracción cocalera.
La siembra de las hojas de coca es lo único que hoy les produce a los habitantes de las regiones cocaleras un mendrugo diario para nutrir sus escuálidas humanidades. Es el motor de esta guerra a muerte en la cual se involucran todas las etnias que componen el conjunto humano colombiano. Es una guerra perdida.
La segunda guerra ha sido con los criminales guerrilleros de las Farc. Es verdad que estas gentes existen desde hace cincuenta años, pero con diferentes facetas. Se iniciaron en la época de Laureano Gómez, cuando terratenientes cercanos a ese régimen arrebataron parcelas campesinas. Naturalmente provocaron las reacciones del caso, reacciones crecientes, que llevaron a los invasores a acudir a la autoridad presidencial. La respuesta, traer policías de Boyacá llamados chulavitas, famosos por su crueldad. Los campesinos atracados se replegaron al Tolima. No eran más de dos familias expandiéndose en apoyos y en armas que arrebataban a los chulavitas en emboscadas. Su jefe fue Pedro Antonio Marín, conocido con el alias de Manuel Marulanda Vélez, Tirofijo. Tirofijo por su puntería. Había pertenecido al MRL de López Michelsen, a cuyas reuniones asistía puntualmente. El suscrito lo recuerda en alguna de ellas, pues ha sido lopista toda la vida.
Las exigencias, más de tipo social, deberían haberse aceptado. Pero esa falla coincidió con la llegada de la droga en áreas de su pertenencia y ahí fue Troya. La guerrilla con Tirofijo ya en la tumba, adquirió una gran riqueza y armamento. Y el país se corrompió. La guerrilla enriquecida quiso ser gobierno y para tomarse el poder a sangre y fuego ha cometido los crímenes más sangrientos y depravados que la humanidad haya conocido. Bien ricos y bien armados, todo indicaba que el país estaba perdido. Llegaron hasta poner tropas en las laderas de Bogotá. Los habitantes de ciudades y pueblos vivían encerrados. Las fincas abandonadas. En esos estertores de la comunidad nacional, llegó el gobierno de Uribe que enfrentó esta situación con arrojo y decisión. Se colocó a la cabeza del ejército, que afortunadamente estaba bien armado desde el gobierno de Pastrana. Al final del gobierno de Uribe, podría decirse que el país ya estaba en paz, con las tropas animadas con el presidente a la cabeza. Lo que quedaba de las Farc eran sus jefes en el exterior y la tropa escondida en lugares remotos del país. Una acción militar más y sacarían la bandera blanca.
Santos acompañó al presidente Uribe en esta odisea y conocía bien la situación del momento. Favorable para una acción militar que podía ser el final ya que a los restos de las Farc, no le quedaba sino sacar bandera blanca. Inexplicablemente Santos cambió de estrategia, ofreciéndoles una negociación a lo que quedaba de la Farc. Colombia ha pasado muchas dificultades con este proceso llamado paz. El gobierno actual se comprometió entregarle a la guerrilla una parte del gobierno. Es lo que tenemos ahora, las Farc gobernando y en ascenso por ahora.
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